El fascista Salvini, de Liga Norte, ha impedido a los emigrantes del buque Aquarius desembarcar en Italia y lo ha celebrado como un gran éxito para su país. Donde, desde hace poco más de un mes, gobierna con el Movimiento Cinco Estrellas, el equivalente al Podemos español, cuyos miembros, comenzando por su líder, Luigi di Maio, han guardado un cobarde pero sonoro silencio que los ha manifestado, denunciado clamorosamente como cómplices de una catástrofe humanitaria.

Salvini, el facha italiano, no ha hecho sino empezar a poner en práctica su programa de la Liga Norte, un delirio ideológico que habría satisfecho a Mussolini, y que al muy conservador Berlusconi deja incluso escorado a la izquierda. Los votantes de la Liga no consideran que Italia tenga que asumir cota de emigración alguna, acusando de paso a quienes opinan lo contrario, como muchas de las organizaciones no gubernamentales que luchan en el Mediterráneo por salvar náufragos, de traficantes de seres humanas que se enriquecen con la emigración ilegal.

El gobierno español, por el contrario, dando un buen ejemplo, ha reaccionado solidariamente, ofreciéndose a solucionar el problema.

Que lo es de fondo, por supuesto, muy complejo de resolver y con múltiples puntos de vista a la hora de enfocar su óptica.

De ahí, entre otras disputas, el disenso que comienza a resquebrajar una Unión Europea claramente dividida a favor de abrir las puertas a la emigración (actitud de países como España, Francia o Alemania), o en contra, desde las alambradas del presidente checo Urban hasta la propuesta del joven presidente austríaco Kurz, en el sentido de encontrar países de acogida fuera del mapa de la Unión, territorios donde esas miles de almas que cruzan desde Africa encontrasen un destino, aunque ninguno de estos visionarios líderes haya señalado dónde.

¿Habría que expulsar a Italia de la Unión Europea por la actitud del nazi Salvini? No, porque probablemente una mayoría de italianos estarán en contra de su ministro de Interior, pero sí habría que sancionar a este sujeto con una multa y un cursillo de solidaridad. Enviarlo, quizás, al corazón de Africa, para que conviviese una temporada con esas tribus sin agua ni luz, donde reinan la miseria y la muerte. Tal vez así, dejaría de odiar a los que viajan en patera.