El país que inventó y que ha defendido a capa y espada lo políticamente correcto acaba de investir a su primer presidente políticamente incorrecto, lo cual es tanto como decir que lo políticamente correcto, en 2017, es ser políticamente incorrecto. La incorrección política es la característica que une a Donald J. Trump a su tiempo, igual que ancla a otros tantos transgresores al suyo. Romper con lo establecido y con la arrogancia de las tecnocracias partidistas, abrir las ventanas de las instituciones y fomentar las nuevas formas de participación son conceptos con los que piden paso, y apoyo, estos adalides de un nuevo orden todavía incierto y frágil. ¿Les suena? Trump es consecuencia, no causa, de un momento de grandes propósitos y de manifiesta inconcreción.

La toma de posesión del cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos ha barnizado el fin de semana de una mezcla de show, análisis y estupefacción: se han acentuado los temores. Trump tomó posesión en una ciudad menos bulliciosa y más conmocionada que en el anterior gran cambio en la Casa Blanca, protagonizado por el demócrata Barack Obama en el 2009. Se vio menos público, mucho menos, y más manifestantes indignados, en una capital que apenas dio el 5% del voto al candidato electo. No es de extrañar que en sus primeras palabras tras el juramento, asegurara que iba a devolver el po der y el protagonismo al pueblo frente a los lobis políticos de Washington. Otra cosa es que ni explicó cómo lo va a hacer ni es creíble que un hombre de su talante impulse una redemocratización de la sociedad americana.

Su discurso fue elemental, tanto en las formas, mitinero, como en el fondo, ingenuo y voluntarista. EEUU no está hoy peor que cuando Obama accedió al poder: internamente hay más empleo y externamente se han apaciguado bastantes de los fuegos que se encontró el demócrata nada más aterrizar. El cinismo también estuvo presente en la ceremonia, con un Trump magnánimo, agradeciendo la presencia de los Clinton a su graduación presidencial. Cabe pensar que Hillary optó por la mano tendida para defender la potencia institucional americana de la que lleva amamantándose desde que tiene uso de razón o para mostrar un gesto de buena voluntad ante quien la amenazó hasta la saciedad con intentar su encarcelamiento.

Con el presidente chino, Xi Jinping, defendiendo la globalización y la libre circulación de bienes y capitales nada menos que en el foro de Davos y con su homólogo americano apostando por la autarquía, el unilateralismo y la autosuficiencia en su discurso de investidura, nos encaminamos hacia un reequilibrio de las relaciones internacionales que coge a Europa debilitada. Theresa May mantiene la hoja de ruta del Brexit, apoyada ahora incluso por los laboristas de Corbyn, ante una socialdemocracia espantada, buscando su identidad, y otros extremistas como Le Pen y su frente nacional ganando terreno. Es muy previsible que cada país quiera hacer la guerra por su lado. Y más después de que tras la marcha de Martin Schulz de la presidencia del Parlamento europeo para batirse a Merkel en las elecciones de Renania, conservadores y liberales hayan copado el poder de las instituciones comunitarias.

¿Cómo reaccionar ante un panorama de semejante incertidumbre? Presagiar qué puede ocurrir es verdaderamente imposible, pero es hora de que en ámbitos más cercanos, en nuestra ciudad, nuestra región, nuestro país, los partidos y los agentes económicos y las élites sociales aparten los prejuicios de sus relaciones. Habrá que seguir peleando por lo coyuntural, pero se está organizando una tormenta mundial ante la que hay que mantener una posición firme con nuestros valores como sociedad y con nuestros intereses internacionales. El país necesita blindarse y saber qué papel jugar en ese nuevo orden que se va a imponer en el mundo. Pero claro, aquí no somos capaces ni de aprobar unos presupuestos públicos para el año que acaba de comenzar, no vaya a ser que algún votante se enfade o que algún cargo público tenga que dar más explicaciones de la cuenta.

La corrección política, como nos ha demostrado Trump, pasa hoy por ser políticamente incorrecto. O nos enteramos del alcance de estos movimientos en la tectónica internacional o lo llevamos claro. Son tiempos agresivos, de grandes populismos, de neonacionalismos, de nuevos aislacionismos y de liberalismos deformados. Establecer paralelismos con etapas similares del siglo XX puede ser recurrente, y sin embargo es más necesario que nunca acudir a las fuentes y revisar el pasado. El presente continuo en el que vivimos no nos deja valorar y contextualizar la profundidad de los cambios en una sociedad acelerada.