La pasada semana una entrevista a André Gomes en la revista Panenka zarandeó muchas conciencias y sirvió para recordar, que en ocasiones se olvida, que detrás de un futbolista no solo hay una cuenta corriente con muchos ceros sino también personas que se alegran, se angustian, disfrutan o sufren como cualquiera. El jugador del Barcelona confesó públicamente el infierno interior que ha vivido por no haber alcanzado su mejor nivel en el Camp Nou y la frustración consiguiente. «A veces tengo miedo de salir a la calle por eso de que la gente te pueda mirar. Me encierro y no hablo con nadie. Es como si me sintiera avergonzado».

La pasada semana también, en una entrevista a este diario, Jorge Pombo, uno de los hombres del momento, goleador a pares, canterano y titular por méritos propios, repasaba su excelente momento profesional y, entre sueños, anhelos, aspiraciones y deseos, realizaba una revelación genial y de gran calado. «En Nochebuena y Nochevieja invité a Papu a casa. Estuvo con mis padres y toda la familia. No quería que estuviese solo esos días. A mí me gustaría que me pasara lo mismo si me marchase fuera».

Las formas de comunicarse han cambiado profundamente con la revolución tecnológica, también la accesibilidad de muchos clubs para con sus futbolistas, a los que aplican un celo y un proteccionismo excesivo. No es el caso del Real Zaragoza, un ejemplo de comprensión, tolerancia y apertura en esta faceta.

Sirvan estos dos ejemplos, el de André Gomes, más lejano, y el de Pombo, muy cercano, para reivindicar el altísimo valor de la humanización de los personajes y el beneficio que ese efecto produce en ellos y en sus propios clubs. A André Gomes el Camp Nou le recibió con cariño. Huelga decir que la figura de Pombo, autor de un gesto noble que merece mil aplausos, se ha realzado también tras su confesión.