El Gobierno Sánchez está lanzando propuestas formales (o globos sonda) que a mucha gente le encajan porque suponen una puesta al día que España debiera haber llevado a cabo, en algunos temas, hace ya decenios.

Tipificar con claridad los delitos contra la libertad sexual, sacar los restos de Franco del Valle de los Caídos, anular las sentencias del TOP y otros tribunales espúreos de la dictadura, dejar la Religión como asignatura optativa que no calificará, reducir la enseñanza concertada a su función complementaria solo cuando sea preciso, fomentar la educación cívica, impulsar la investigación científico-técnica, tomar medidas de choque para frenar el alza de los alquileres, propiciar una transición energética sostenible... no parecen cosas tan anormales y nadie debiera ofenderse por su enunciación o incluso su puesta en marcha. Salvo alguna minoría muy extremista y muy rara.

Por supuesto, este Ejecutivo (que, por cierto, parece un vendaval en comparación con el presidido por Rajoy) pone sobre la mesa cuestiones que requerirán algunas precisiones importantes. En relación con el Código Penal, por ejemplo, o con la adopción de medidas para poner fin a las apologías del franquismo. Pero la rebelión radical que ya se detecta en amplios círculos conservadores no es una reacción sana ni propia de las derechas democráticas europeas, donde nadie osó jamás reivindicar la gloria del fascismo, ningunear a las víctimas del nazismo o admitir homenajes fúnebres a Hitler.

En el ADN de Europa está la igualdad, la libertad, la justicia social, el reconocimiento de los derechos de las minorías, el laicismo, el conocimiento, el respeto por lo público y un conjunto de valores que aquí están siendo puestos en duda constatemente por unos grupos tan activos como desfasados. Nuestra democracia constitucional ha ido dejando demasiados cabos sueltos. Atarlos bien atados no es revanchismo ni nada, sino pura y simple actualización. Y sí, es importante, es pertinente y es conveniente. Nunca es tarde si la dicha es buena. HSFlb