La profundidad de la crisis, porque esto que está atravesando el Real Zaragoza es una crisis, la terminará por definir el corto y medio plazo. Y, sobre todo, la capacidad de reacción de un equipo que no para de emitir señales negativas a cada jornada que pasa. Dejó las primeras, muy tenues, en la segunda parte en Pamplona, algunas más serias ya en Sabadell y unas cuantas realmente peligrosas en Vitoria. Ayer, contra el Llagostera, añadió un nuevo pack de razones para la preocupación, por mucho que Ranko Popovic viera un partido muy distinto al de la mayoría. El equipo jugó mal, tan mal como para no ser capaz de sumar la victoria en un partido que ha de ganar cien de cada cien veces, salvo que se resigne y quiera convertirse en aquel engendro indefinido que acabó siendo la pasada temporada.

El Zaragoza está atravesando un periodo de crisis. Crisis de resultados, con dos puntos de nueve ante enemigos pequeñitos. Crisis de identidad, porque no sabe lo que quiere y un día sale a jugar a una cosa y al siguiente, a la contraria. Crisis de futbolistas, porque muchos de ellos están por debajo de su nivel y en este saco cabrían casi todos. Crisis de seguridad, la que había conseguido en la racha de cinco jornadas sin encajar gol y que se ha derrumbado estrepitosamente por los suelos, con partidos ridículos de todos los defensas al unísono, sin nadie que salvar.

Crisis táctica, porque ha perdido el modelo que le había hecho encadenar triunfos, controlar los partidos y mejorar las sensaciones para acabar extraviado. Crisis física, porque el bajón de rendimiento y respuesta al esfuerzo de hombres importantes es manifiesto. Crisis del técnico, porque donde antes encontraba soluciones, ahora provoca problemas. Crisis de lesiones en jugadores vitales, argumento de peso para atenuar el grado de la depresión. Crisis de confianza: no hay más que ver a Mario, a Fernández, a Eldin... Y crisis de juego, porque de aquella imprudente aspiración del jogo bonito ha quedado en esto: un jogo bastante feíto.

En Zaragoza, para este Zaragoza nuevo pero aún en edad de vacas flacas, nadie con dos dedos de frente ha exigido fútbol espectáculo, por mucho que esa ambición fuera aireada de manera un tanto irresponsable desde el propio club en un afán de provocar una catarsis con el cambio en el banquillo. Vamos a olvidar esa simpleza. Era humo o una intención pueril. No corresponde a este momento percutir en irrealidades. A este instante corresponde arreglar los problemas terrenales que tiene el equipo, que no es ninguno anterior, para atajar cuanto antes esta situación de crisis. Problemas que exigen soluciones rápidas porque si persisten en el tiempo pondrán en riesgo el playoff.