Populismo es el insulto polí- tico de ahora, el estigma que se le adjudica a quien desafía el «pensamiento único», ese que mediante una austeridad selectiva ahonda cada vez más en la brecha social. Para quienes defienden lo «correcto», se trata de una nueva e ilegítima irrupción, pero solo hay que echar un vistazo para comprobar que siempre ha estado ahí, lleva años cosido a los modos de la mayoría de los representantes públicos. Prometer lo que no se puede cumplir es la primera premisa. El Rajoy que ganó en el 2011 clamaba que era una «burla» al ciudadano subir impuestos en periodo de crisis, y en particular el IVA, «el sablazo de mal gobernante», para luego aprobar las mayores (más de 40) subidas de la historia fiscal de este país, y en menos tiempo, contradiciendo su programa electoral.

Pero más allá de traicionar los buenos deseos está rechazar las evidencias. El ejemplo aún está caliente: la ministra Fátima Báñez negó el miércoles en el Congreso que en España hubiera trabajadores que cobraran menos de 655 euros, cuando la propia Agencia Tributaria asegura que el 34% de ellos están por debajo de esa cantidad. Los mundos de Yupi están aquí al lado en comparación con Lalaralará-Lalaralarito, el planeta en el que habita el Gobierno.

Aunque no son los únicos. Simplificar e infantilizar los conceptos complejos también están unidos al populismo. En este apartado han destacado Albert Rivera, cuando en una cabriola imposible hiló a Trump con Podemos, por la oposición de ambos al TTIP, o Susana Díaz, que solo necesitó escuchar la palabra «casta» en boca del magnate para para establecer un vínculo sólido entre el republicano y los morados. «Beben de la misma fuente», dijo. La dirigente andaluza es la misma que mantiene en estado gaseoso a su partido, gestora mediante, sin fecha para el congreso ni para el ideario, pese a la necesidad de un PSOE fuerte en el segundo país más desigual de la UE desde la crisis (solo en el 2016 la lista de ricos ha aumentado en 7.207, mientras hay 2,8 millones de niños en riesgo de pobreza o exclusión). Se ve que sus urgencias personales no coinciden con las «de la gente».

Populismo, populismo, populismo. Se les cae de la boca la palabra sin pararse en la definición que hizo la filó- sofa y politóloga belga Chantal Mouffe: «Representa un momento en el cual se acepta que hay un conflicto alrededor de con qué valores construir la sociedad». Y lamentablemente esta es la parte que no está de moda.