El Real Zaragoza es el equipo colista de la liga y con toda probabilidad, jugará en Segunda División la temporada que viene. La afición zaragocista alza la voz contra el Presidente de la entidad, Agapito Iglesias, al que consideran culpable de la situación del equipo, tanto a nivel deportivo como económico. Un abismo derivado en parte de la mala gestión y de la desatención hacia la cantera, necesaria para construir un equipo fuerte.

Desgraciadamente las "agapitadas" trascienden de los escenarios puramente futbolísticos. Hace unos días en este mismo periódico, se ofrecía un análisis sobre los presupuestos destinados a cultura por parte de los gobiernos de las distintas comunidades autónomas y que reflejaba que nuestra comunidad se encuentra como el Real Zaragoza, siendo colista y en grave riesgo de entrar en la segunda división.

Los presupuestos de las Direcciones Generales de Cultura y de Patrimonio suman en porcentaje sólo un 0,46 % del Presupuesto total del Gobierno de Aragón, con un gasto por habitante de 18, 41 euros. El presupuesto destinado a cultura se ha recortado más de un 40% con respecto a 2011 que se suma al 30 % recortado en 2010 que a su vez supuso un recorte del 25% sobre el 2009. Parece que lo que queda se mantiene para poder justificar Direcciones Generales y Jefaturas de Servicio aunque sea con escasos contenidos.

La cultura se dibuja como un bien accesorio. Las lógicas neoliberales son propensas en ver como dispendio la atención a derechos básicos de la ciudadanía. Por eso sorprende que sin embargo no escandalice que una empresa privada, Dorna Sport, vaya a recibir hasta 2016 casi 49,7 millones de euros (libres de impuestos) por parte de la sociedad pública Motorland para la organización de siete pruebas del Campeonato del Mundo de Moto GP. Sólo una carrera ya supone casi lo mismo que el presupuesto para el año 2012 de la Dirección General de Cultura. El despropósito se argumenta desde las justificaciones más vacuas. Es bueno el desembolso de tales cantidades porque repercutirán muy positivamente en la economía de la comunidad. La supuesta bonhomía es cuestión de fe, no de análisis económico profundo.

Ni siquiera el aporte económico de la cultura y su generación de puestos de trabajo sirven para encajarla en los discursos dominantes cuando la intención de destrucción va más allá que cualquier rédito que pueda tener la acción cultural. No se puede construir nada con la destrucción permanente. El peso más importante de la cultura es su poso, su capacidad de articular espíritu crítico. Provocar la inanición cultural puede ser una artimaña para tener una ciudadanía anestesiada en un terrible páramo sin objetores de conciencia. No se puede construir una sociedad libre si se pierde la capacidad de reacción ante las decisiones del poder.

No se puede permitir que el Agapito de turno vilipendie a la cantera cultural y una mala gestión deje un equipo de segunda. Lo que está en juego es nuestro futuro, ¿queremos que no sea de primera división?

Activista cultural