Será a causa del calor por el cambio climático, o, para quien crea en la astrología, que hemos entrado en la Era de Acuario, regida por Saturno, ya saben, el titán «destructor» que devora a sus hijos para que no le arrebaten el gobierno del universo, pero se está imponiendo un «postureo» superficial y emotivo que arrasa con la sensatez, la lógica y la justicia.

En los últimos días dos casos acaparan la información, y en ambos prima lo banal.

Por un lado, los terribles atentados de Barcelona y Cambrils, sobre los que, tras dos días de conmoción, se ha desatado una polémica en la que han intervenido, en mi opinión de manera insensata, los cuerpos de seguridad del Estado y algunos responsables políticos, como los consejeros de Interior y de Presidencia de Cataluña, los señores Joaquim Forn y Jordi Turull. Según se conoce, los mandos de los Mossos d’Esquadra prohibieron a la Guardia Civil inspeccionar el chalet donde los terroristas preparaban más de cien bombonas de butano para perpetrar atentados; a su vez, el gobierno de España no facilita a los mossos el acceso a la información contraterrorista de los servicios policiales europeos. Así, mientras unos y otros se autoalaban por su eficacia, se hacen patentes fallos de coordinación en seguridad realmente clamorosos.

Y por otro, está el asunto de la señora Juana Rivas, la mujer que ha concitado una oleada de apoyo, pero que ha cometido un presunto delito, ya se verá, por desobediencia a la justicia y, los jueces dirán, o no, o vete a saber, de sustracción de menores, según denuncia la fiscalía de Granada. En este caso, los jueces han sido presionados por el presidente del Gobierno, la Junta de Andalucía, toda la oposición, la inmensa mayoría de medios de comunicación y la opinión pública, que han condicionado la investigación judicial de ese presunto delito. Este caso es paradigmático de la sinrazón: si el padre de los hijos de doña Juana fue condenado por malos tratos y violencia en 2009, y de nuevo acusado en 2016, ¿cómo es posible que se le conceda la custodia de los niños? Y si se le concede por sentencia judicial firme, ¿cómo es posible que no se cumpla la sentencia y se mire para otro lado?

Ante estos dos casos, me da la impresión de que lo que realmente importa a muchos de los que gobiernan nuestras instituciones ni es la justicia ni el bienestar de los ciudadanos, sino quedar bien en la foto. Y para eso, hay que mostrar el mejor perfil y saber utilizar en cada momento la postura adecuada. Pues eso, el «postureo».

*Escritor e historiador