La estrategia fundamental que utiliza el PP parte de la idea de una buena gestión de la economía que ha conseguido sacarnos de la crisis. Si no fuera porque es un mantra repetido desde todos los medios de comunicación afectos, es decir, casi todos, y que, como lluvia fina, va calando en el imaginario social, no dejaría de aparecer como lo que realmente es: un argumento propagandístico sin ningún asiento en la realidad. O sea, una fake news, tal como gustan decir ahora, que viene a ser una mentira de toda la vida; lo que ocurre es que cuando las mentiras las cuenta el poder tienen más posibilidades de pasar por verdades.

No vamos a negar que el PP ha conseguido controlar ciertos datos macroeconómicos. Les gusta recordarnos la evolución de la prima de riesgo y su actual estabilización. Sin embargo, precisamente esa variable lo único que nos indica es el nivel de sumisión de las políticas económicas de un país a las presiones de las mafias financieras internacionales. No habla de niveles de productividad, de potencia económica, de bienestar social, no, solo establece el nivel de confianza de una economía. Pero una confianza referida a los intereses de los grandes poderes económicos, que no solo no son los mismos que los de la sociedad, sino habitualmente sus contrarios. La prima de riesgo es el mayor instrumento de chantaje para condicionar las acciones de un gobierno. Si lo que un gobierno hace gusta a los poderes fácticos, la mantienen estable, si no les gusta, la disparan.

Precisamente, el papel de de Guindos ha sido fundamental en este ámbito. Y no es de extrañar. Un hombre que procede del mundo que propició la crisis y que toma el mando de la economía para satisfacer a sus antiguos jefes. Que le recompensan estabilizando la prima de riesgo, para lo que él deberá sacrificar en el altar del neoliberalismo pensiones, salarios y cuantas cuestiones consideren oportunas. Un sacrificio realizado, además, desde la más abierta devoción hacia los ídolos del capital. Sacrificio ajeno que, como acabamos de comprobar, merece su premio.

Detrás del rescate de los bancos, de las autopistas, no hay sino un guiño hacia esas mafias del dinero que todo lo controlan. Un mensaje claro: tranquilos, aquí estamos para garantizaros vuestros intereses. Pues, por mucha banderita rojigualda que ondeen o que luzcan en su muñeca, sienten mucha más devoción por la enseña de cualquier paraíso fiscal.

El último sacrificio en el altar del neoliberalismo está siendo el de las pensiones. El PP se ha dedicado sistemáticamente a saquear el fondo de pensiones con un objetivo no confesado, pero evidente para cualquiera que no quiera caerse del Guindo: acabar con las pensiones públicas para incentivar el negocio de los fondos de pensiones privados. Al PP le da igual el esfuerzo laboral de la sociedad española, que llevemos años y años cotizando para, entre otras cosas, disfrutar de una mínima pensión. En su ávida mirada solo hay un horizonte: el del beneficio de aquellos a los que sirve y que luego sabrán ser generosos. Resulta repugnante escuchar a sumisos asalariados del capital, como Aznar o González, plantear que hay que trabajar más años y ahorrar para garantizarse un futuro. Con sus sueldos y prebendas, seguro que es posible ahorrar.

No se trata de mala gestión, de errores de cálculo. Por ejemplo, en lugar de recortar en pensiones, se puede reducir el ingente e innecesario presupuesto de Defensa. Pero claro, es que ese presupuesto está vinculado con las empresas de armamento, con las que nuestra elite política tiene una relación de absoluta intimidad. Hay que comprar tanques y submarinos, aunque a nadie se le ocurre que vayan a ser utilizados nunca, pues la guerra de esas características no es un escenario previsible para un país como España.

Estamos ante una política preconcebida y diseñada para obligar a la población a consumir planes de pensiones o seguros médicos. Y quien no tenga suficiente dinero para costearse un seguro médico de alto nivel, que asuma las consecuencias, como ocurre en EEUU. Esta es la política del PP, que nos lleva a la ruina y a la descomposición social. Y aún tienen la desvergüenza de hablar del milagro español. Si algún milagro hay es que tanta gente les siga votando. Eso sí que resulta inexplicable.

*Profesor de Filosofía. Universidad de Zaragoza