Una buena (infame) táctica de contención en esta posdemocracia en la que nos movemos es provocar que la acusación de culpabilidad vuelva por donde ha venido. Se trata de endosarnos una ración doble: no solo el mundo en el que creíamos vivir se empobrece, se vacía, sino que además es así por nuestra culpa. Nos machacan (el penúltimo, Octavio López) con el socorrido mensaje de que la crisis se debe a la obcecación en vivir por encima de nuestras posibilidades. Por lo visto no hay otra alternativa que pagar ¿nuestras? deudas, dejarnos de cuestiones de segundo orden como las batallas ideológicas y admitir como inevitable lo que llaman "la realidad".

Pero hay más. Empieza a ser recurrente que los políticos critiquen también la pasividad ciudadana, pero solo, claro, cuando ya no ejercen. Por ejemplo, Jesús López Medel declaró a este diario que la mentira y la falsedad en el ejercicio de la política no es penalizada por los ciudadanos y, por lo tanto, somos cómplices en cuanto es implícitamente admitida. En fin, más cucharadas del mentiroso tenemos lo que nos merecemos.

Otros prefieren buscar causas y no chivos. Ralf Dahrendorf, profundo conocedor desde dentro de la construcción europea, advierte en sus escritos de que la crisis de la democracia tiene que ver con la crisis de los estados-nación y la dificultad de encajar algunas instituciones en un contexto no solo más amplio, sino también diferente. Según el prestigioso politólogo, la democracia "no constituyó la primera preocupación" de aquellos que proyectaron y levantaron el nuevo edificio. Quizá por ello ahora caminamos hacia un terreno compartido que él definía como "democracias sin demócratas".

Un paso más allá, y en lo emocional, Colin Crouch, acuñador del término posdemocracia, explica que el desencanto y la desafección son producto de la manipulación de una democracia liberal que se abstiene de interferir en la economía, potencia el poder de las élites y relega al pueblo a un papel pasivo y marginal. Un pueblo al que, para colmo, se le echa la culpa, lo que constituye la mejor prueba de que la posdemocracia, lejos de ser una superación, es un retroceso. Una predemocracia. Periodista