Hace días el ayuntamiento de Zaragoza aprobó, por unanimidad, la concesión de su medalla de oro a las ciudades de Barcelona y Cambrils, por el comportamiento de sus ciudadanos y como homenaje tras los atentados terroristas del pasado agosto. Esta misma tarde se hará entrega de sendas medallas a las alcaldesas de estos dos municipios, que estarán presentes. Además, se han nombrado hijos predilectos al jurista Pedro Ramón y Cajal, al investigador Alberto Jiménez Schuhmacher, al cantante Enrique Bunbury, al bailarín y coreógrafo Miguel Ángel Berna y a la compañía Teatro Arbolé. Hasta aquí todo normal y sensato.

Pero en los últimos días se ha desatado un vendaval de críticas, manifiestos, insultos y propuestas de sabotaje por la visita de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, que estará presente esta tarde en la entrega de medallas. Antes de que se levantara esta ola de improperios, la señora Colau tenía previsto asistir al pregón en el balcón del ayuntamiento, pero a la vista de que se espera una catarata de pitidos e imprecaciones, ha decidido, “por cuestiones de agenda”, regresar a Barcelona en cuanto reciba la medalla de oro.

Creo firmemente en la libertad de expresión, de opinión y de conciencia, y los que de forma educada manifiestan su rechazo a la señora Colau están en su derecho de hacerlo, faltaría más, pero estas no son ni las maneras ni las formas ni el momento. Muchos de los zaragozanos que andan soliviantados por la presencia de la alcaldesa Ada Colau en Zaragoza alardean de que esta ciudad es acogedora, amable y sensata; y tienen razón en lo que dicen, pero no en lo que hacen ni en lo que ahora proponen. Porque la señora Colau no recibe la medalla de Zaragoza a título personal, sino como máxima autoridad municipal, nos guste o no, de su ciudad, que ha sufrido un terrible y criminal ataque terrorista.

Desgraciadamente, en las últimas semanas el esperpento, la falta de sentido común, la visceralidad y la mala educación se están apoderando de una parte de este país, y mucha gente ha dejado de pensar con la cabeza. Los ciudadanos de Zaragoza que han promovido el boicot y la algarada y que alientan a que el pregón se convierta en una asamblea de chisgarabises deberían tener en cuenta que esta es una ciudad abierta, franca y libre, y deberían saber acoger a sus visitantes con educación y amabilidad, aunque no se compartan sus ideas y sus posiciones políticas. Porque hay un tiempo para la protesta y otro para el jolgorio. Y hoy debería ser sólo una fiesta.

*Escritor e historiador