Cuando los lances políticos y los desmanes de sus protagonistas nos agobian con un empacho permanente, suscita un gran sosiego la inmersión en programas de música clásica como Sinfonía de la mañana, de RNE.También resulta muy alentadora la noticia de que su presentador, Martín Llade, se haya hecho acreedor al Premio Ondas 2016 otorgado por la SER. Martín, también escritor y guionista de cortos, encarna la alternativa cultural frente al morbo y la vacua fascinación propias de la telebasura, que tanto recuerda el «pan y circo» romano y su seductora facilidad para alejar al pueblo de la reflexión y la crítica.

Los premios pretenden ser un reconocimiento del trabajo bien hecho, lo que no implica siempre una acertada concesión y aún mucho menos que los no recompensados ostenten insuficientes méritos. Los premios son, sobre todo, la opinión de un jurado significativamente tendencioso, basado en argumentos y condicionantes que, en ocasiones, limitan su visión a una pequeña fracción de la realidad. Por ello, el resultado de prolijas deliberaciones resulta a menudo tan sorprendente como la concesión a Bob Dylan del Nobel de Literatura, con el exclusivo argumento de «haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición americana de la canción». La cuestión no estriba en juzgar si Bob Dylan es o no es merecedor del galardón, la cuestión reside en comprender que el fruto de las lucubraciones de un jurado es solo una opinión. En este mundo-espectáculo poco nos puede ya asombrar. Pero cuando el premio es tan relevante como la presidencia de los EEUU y al mismo optan personajes como Donald Trump, existe motivo de preocupación. Aun cuando el jurado sea la propia ciudadanía.

*Escritora