Como no basta ser demócrata para ocupar la Presidencia del Gobierno de España, hay que esperar que los propuestos a tan alto cargo en las elecciones generales del 20-D sean personas preparadas para ejercer día tras día, el oficio de presidir eficientemente, el Gobierno de España entera.

Pero ¿sería verosímil suponer que todo candidato y por el mero hecho de serlo, se convirtiera ipso facto, en persona idónea para asumir tal carga sin más que contar solo con la confianza del partido o grupo que les proponga? El asunto debe preocuparnos a todos y más si tememos que alguno de los grupos de los proponentes dé síntomas de creer que su candidato es un salvapatrias milagrero; ¡ojo con los que se imaginen algo así como predestinados a hacernos felices a todos, porque se engañan o nos engañan!

Un candidato a la Presidencia del Gobierno debe reunir algunas condiciones no improvisables ni sencillas de poseer; nadie (hombre o mujer, eso no importa) podría ser buen candidato si adoleciera de una impreparación básica ligada casi siempre a la falta de estudios convincentes, a su excesiva juventud unida a inexperiencia política, al temperamento (una persona nerviosa por encima de la media, difícilmente sería un buen presidente); tampoco alguien de pasado dudoso, no digo ya corrupto, debería ser presentado como candidato a cargo tan delicado ni aquel de quién se sospeche motivadamente, que aprovechó otros puestos anteriores para mejorar de fortuna sin causa lícita.

Doy por supuesto, que los partidos o grupos concurrentes toman precauciones para que los aspirantes que patrocinen no sean ni incultos ni perdonavidas ni figurones ni codiciosos con más malicia que conocimientos, pero la cautela no siempre es bastante para impedir que pase como fiable quién no lo merezca, haciendo caer a los electores, en el quid pro quo de confundir a la persona del candidato, simple y vulgar, con otra persona de mérito relevante pero que no fuera ciertamente, la presentada.

ESA PADECIDA y decisiva confusión, algo frecuente, solo la conoce el común de los electores después de haber votado, cuando ya no pueda hacer más que entonar aquello del ¡Ay pobre de mi! de los Sanfermines, inútil remedio. ¿Hay algún modo de evitar ese irremediable? Como en tantos otros asuntos, la solución exige que los partidos quieran sinceramente asumirla y que verdaderamente, empiece también por ahí, la lucha contra la corrupción. Y eso, claro, en toda clase de ocasiones electorales.

Conocí profesionalmente el caso de un candidato que como todos los que le acompañaban en la lista, aseguró firme y formalmente en el seno de su partido y antes de que se aprobara su inclusión en la candidatura, carecer de cualquier conflicto con vecinos, familiares o compañeros de trabajo pero mintió como un bellaco porque mantenía un constante quid pro quo con unos vecinos de planta aunque nada confesó de ello; en su partido, solo se supo, por la casi feroz persecución que un vecino hizo al candidato, mitin tras mitin.

Hay dos condiciones indispensables para que las cosas discurran por sus cauces honorables: una aptitud intelectual grande o chica pero adecuada a lo que el cargo vaya a exigir de los electos y una idoneidad moral para abordar los asuntos comunes sin combinarlos con los intereses propios.

Es injusto imaginar siquiera que todos los políticos, sean malandrines y pícaros; opino que es más justo, sostener que la mayoría son gente honrada aunque precisamente por eso, no suelan ser noticia. Confiemos en que realmente, prevalezcan los candidatos honorables que de ello también debemos responder los electores.

Un buen candidato debe leer mucho más de lo que hable o escriba y también, también..., conocer a fondo, el libro inimprimible de la vida cotidiana. En la Corredera Baja de Madrid hay o al menos había, una llamada Ronda de Pan y Huevo para los pobres, que auspiciaba la Hermandad del Santo Refugio y que disponía de un aparato de madera para medir los huevos, con esta leyenda: "Los que pasan no pasan y los que no pasan, pasan". El 20-D los llamados a medir seremos uno a uno y sin excusas, los electores. Votemos con tiento.