No, ciudadanas/os, no hablo de los presupuestos del Gobierno aragonés y del Ayuntamiento de Zaragoza, que tanto dan que hablar aunque no sepamos gran cosa de su contenido, sino de los Presupuestos con mayúscula, los Generales del Estado, que siguen flotando en el éter sin que, al parecer, nadie urja por ello a Rajoy como aquí urgimos a Lambán y Santisteve si se retrasan en presentar las cuentas respectivas. El caso es que, mientras don Mariano administra el tiempo (o sea, lo deja pasar), una serie de convenios e inversiones que el Ejecutivo central nos prometió con mucho gasto de palabras y tinta se quedan en puros espejismos. Y ojo, que entre ellos va el Fondo Especial de Teruel y alguna otra cosa de cierta importancia, además de los arreglos, sugerencias, chuches financieros y otras cosas que permiten al PP aragonés presumir de lo bien que nos tratan los suyos. Que sí, que son muy majos (el presi, doña Soraya, todos), pero nos tienen viéndolas venir.

En esta España de patriotas de plexiglás y economía de chiringuito, todas las fuerzas políticas andan tocando madera y viendo la mejor manera de hacer como que satisfacen al personal sin concederle nada tangible. Se ha puesto de moda rebajar o incluso anular los impuestos de sucesiones, lo cual acabará dejándonos con cara de tontos a quienes ya pasamos por el trance de ser herederos y abonar el peaje correspondiente. Pero la polémica sobre tan concreto asunto pone de manifiesto, una vez más, que los españoles somos estrictamente desiguales en derechos y deberes. Lo fuimos antes y lo seguiremos siendo después. ¿Iguales? Para nada. Lo de que el centralismo protege la solidaridad y la equiparación es puro chiste, aunque los picos de oro avecindados en Madrid lo cuentan como si fuese lo más serio del mundo. Normal... La capital del Reino cuenta con una situación privilegiada, un enorme poder político y administrativo, y quiere más y lo quiere todo. Absorbe sedes fiscales e inversiones como un agujero negro. Con Presupuestos del Estado o sin ellos. Qué más da.