Dicen los políticos (no en público, sino en privado) que la memoria de los electores solo dura una estación, es decir, cuatro meses. De ahí que las buenas noticias e intenciones se repitan sin provocar rubor cada vez que se acerca la cita con las urnas. Si nos fijamos en los titulares de los últimos días: 11.250 plazas de empleo público estatal --además de las autonómicas, que en Aragón está desbocada por las sentencias judiciales--, la publicación de acuerdos y resultados positivos de las multinacionales y el anuncio de nuevas empresas incluso en el medio rural; no cabe ningún lugar a dudas, la primavera electoral ya está aquí. Eso o ya ha terminado la crisis, algo que no parece probable a juzgar por el aumento constante de la deuda pública, que supera el billón de euros y se acerca el 100% del PIB, o la reducción del fondo de reserva de las pensiones en casi un 40% en tres años. Cuesta echar la vista atrás para comprobar que, cada cuatro años, se repite este mismo ciclo de buenos datos y expectativas que se secan y congelan después para volver a brotar en la siguiente primavera. No hay que resignarse por ello a las malas noticias, pero sí al menos ser un poco críticos para separar el grano de la paja y, una vez hecha la criba, cuestionarse por qué se recoge siempre el fruto dulce a las puertas de las elecciones, cuando florecen también las infraestructuras y las inauguraciones, mientras después solo crecen el fruto amargo y las malas hierbas. ¿No estaremos comportándonos como adolescentes? Conviene recordar por si las moscas, mientras asistimos a una nueva eclosión de la naturaleza, que después llegará el estío, la caída de la hoja y el frío. Es el ciclo de la legislatura.

*Periodista y profesor