Hombre, yo no sé si rechazaría la enorme donación del empresario Amancio Ortega a la sanidad pública. Tampoco la admitiría transido de gratitud. Este tema, sugerente donde los haya, tiene muchas más facetas que el sí, el no, el qué bueno es don Amancio o el qué jeta tiene. Por otro lado, el asunto ha tenido una enorme repercusión social, pero condicionada simultáneamente por la poca habilidad lectora de no pocas personas (incapaces de entender que el rechazo procede solo de una plataforma social), y por el barullo que suelen armar en internet las noticias y comentarios virales. Y para colmo la inconstitucionalidad de la amnistía fiscal, que no es lo mismo... pero es igual.

Trescientos veinte millones de euros (diez de ellos para el Salud aragonés) permitirán comprar mucha tecnología anticáncer, de acuerdo. Aunque, claro, ese pastón no es sino una pequeña fracción de la inmensa fortuna amasada por el dueño de Inditex merced a su olfato, su extraordinaria inteligencia mercantil... y su habilidad para utilizar todos los mecanismos que permiten reducir al mínimo los costes salariales y los costes fiscales. Tengo por absolutamente seguro que el señor Ortega, con su inmenso patrimonio, pagará a la Hacienda española (proporcionalmente) menos que cualquier contribuyente asalariado de clase media. Pero si él y los que pertenecen a su clase echasen al fondo común lo que correspondería a una justa progresividad impositiva, ya no haría falta que luego ejerciesen la caridad de manera tan aparatosa. El Estado recaudaría más y mejor, y la sanidad pública (a resguardo de los recortes que amenazan con desmantelarla) se nos mostraría pública y magnífica de cabo a rabo.

El altruismo merece reconocimiento si quienes lo ejercen son antes que nada contribuyentes transparentes y patronos dispuestos a pagar salarios dignos (aquí o en el sudeste asiático). Pocos grandes empresarios (ninguno, diría yo) lo son. Por eso sus donaciones dejan en la ciudadanía común una sensación de incomodidad. Gracias, pero...