El Primero de Mayo llega este año con la mochila cargada por las recientes movilizaciones de pensionistas y mujeres, dos sectores sociales que se superponen y se mezclan con demandas concretas, el aumento y afianzamiento del sistema público de pensiones y la igualdad, a grandes rasgos. Las reclamaciones sindicales de incrementos salariales y de las condiciones laborales en un mercado lastrado por la temporalidad amplían un escenario que lleva demasiados años con pérdidas acumuladas del bienestar. Y ahora, cuando el crecimiento se estabiliza, el justo reparto del mismo no lo recogen las estadísticas, al contrario, muestran cómo los beneficios se decantan hacia el territorio empresarial. Si en 2007 la remuneración salarial suponía el 49% del PIB, una década después se sitúa en el 47%. Sin embargo, las rentas empresariales han pasado en ese mismo periodo del 41% al 43%. Pero las cifras macroeconómicas no rellenan los carteles de los manifestantes, son solo el marco de un cuadro que sí acoge demandas más pegadas al día a día: contratos precarios, mini salarios, pensiones insuficientes… Pero mientras este caldo se cocía sin que el Gobierno le prestara más atención que la de intentar paliar las protestas con el anuncio de tímidas mejoras en las prestaciones mínimas, la necesidad de los votos del PNV para sacar adelante los presupuestos ha hecho posible vincular todas las pensiones al IPC y retrasar cuatro años un recorte --decían que ineludible--, previsto para el 2019. La hacienda foral dando eco a la voz de la calle. Qué cosas.

*Periodista