Natxo González es hombre de pocos aspavientos y palabras las justas. Es más un entrenador que un comunicador, pero entre la discreción de su discurso han emergido dos conceptos por repetición: el proceso y la fiabilidad. Con una terminología sin glamour en un mundo más dado a la grandilocuencia que a las ideas mecánicas, el entrenador ha venido expresando de ese modo tan particular qué quiere para el Real Zaragoza y cuál es el camino que está recorriendo para llevarlo a término. No lo acabó de conseguir contra el Granada, porque al final un 1-1 nunca es una victoria y porque, otra vez más, una cadena de errores individuales costó un gol en contra, pero sí que empezó a atisbar los primeros rayos de luz por los que se puede volver a colar la esperanza, que en esta ciudad se abre paso a la misma velocidad que la desesperación.

La segunda parte contra el Granada es en sí misma la senda por la que, de seguirla, al Real Zaragoza le irá bien esta temporada. Soltar amarras, quitar cadenas, las que atenazaron el juego durante los 30 primeros minutos, desplegarse con valentía, mucho dinamismo, dominando el medio y con el balón corriendo hacia la banda, por donde ayer Alberto Benito fue por primera vez el dolor de cabeza que era en el Reus. Un agitador. Junto al fútbol, vertical y mejorado con respecto al Heliodoro, el lateral derecho fue una de las buenas noticias, también Ángel en el costado opuesto, un omnipresente Zapater y, por supuesto, Borja Iglesias, cuyo excelente uso del cuerpo volvió a tener rédito: un penalti a favor y su primer gol en la Liga.

Al Zaragoza le sobró miedo al principio e hizo honor a un gran valor en la segunda mitad. Le faltó puntería y una mejor definición en el área, por ahí voló el triunfo. Pero el proceso, ese proceso machacón de Natxo González, parece que camina en la dirección adecuada.