No puedo escribir «se han acabado las guerras»... sin añadir «tradicionales». Porque durante siglos las guerras han sido luchas de unos humanos contra otros humanos. Muy al principio, de una forma —si se me permite decirlo—, «personalizada». Cada combatiente contra otro combatiente, y todos con unas armas que hoy podemos considerar primitivísimas. Las herramientas agresivas tenían un alcance tan limitado que el combate se hacía cuerpo a cuerpo.

Después aparecieron las lanzas, unas herramientas que se puede arrojar, pero de alcance limitado por la potencia de los brazos lanzadores. Las lanzas perdieron protagonismo ante las armas de fuego, que no pesaban tanto, aunque no eran tan precisas como las que las han ido sucediendo. El hecho es que las guerras de hoy han batido los récords de originalidad y de creatividad destructiva, si se me permite aplicar a la guerra el lenguaje publicitario.

La aptitud aniquiladora es hoy enorme. Durante la guerra de 1936, cuando yo era un niño, vi en el cielo de Barcelona, desde nuestra galería, el paso de un avión bombardero franquista. ¡Uno solo! Se puede decir que en aquellos tiempos la destrucción hacía cursos de aprendizaje y se alimentaba con unas guerras cada vez más internacionales. Las fronteras físicas dejaban paso a fronteras raciales o religiosas. Ya no mandan aquellos señores feudales, y la tecnología da paso a la barbarie. Los frentes de batalla han sido ampliados o sustituidos por unos odios que no tienen frontera. H

*Escritor