Natxo González es un buen entrenador, serio, de horas y horas de esfuerzo y con bagaje táctico. Esta temporada en Zaragoza ha sido capaz de convertir un equipo nuevo, joven y repleto de incógnitas, en un aspirante al ascenso a Primera, ilusión rota de manera abrupta en un mal día, suyo y de sus delanteros, contra el Numancia. Bajo sus órdenes muchos jugadores han elevado su rendimiento a los mejores niveles de su carrera. 71 puntos, los que sumó en la Liga, son una cifra excelente. La eliminación en el playoff contra un rival inferior ha sido una mala manera de terminar, a la altura de la que él eligió para salir del Zaragoza: la puerta de atrás.

Natxo puede decidir qué hacer con su vida y con su profesión, a la que se dedica en cuerpo y alma por vocación y por dinero, por la razón que le venga en gana: por el irrechazable aroma de la pasta, por coyuntura o por la calidad del marisco gallego. E ir donde le plazca. Faltaría más. Eso es lo de menos, porque la ecuación a la inversa decía que si el club lo hubiera tenido que despedir no hubiese tenido compasión. Lo que hay que reprobarle al técnico es que ha llenado su boca con palabras como proceso o proyecto y al final ha demostrado que en el único proyecto en el que creía, muy legítimo pero obscenamente contradictorio con su discurso, era en el suyo propio.