Toda la dureza verbal y gestual de una negociación laboral a cara de perro le ha estallado en los morros a la confiada y despistada Tierra Noble. De repente, las maravillas de Figueruelas han sido convertidas en ceniza por la versión gabacha, que considera dicha factoría y toda la Opel una máquina de perder dinero. Su solución es obvia: pegarles veinte vueltas de tuerca a los trabajadores y proveedores para lograr que cada corsa, en vez de salir de la cadena perdiendo ya doscientos euros, acabe llegando al concesionario con quinientos de beneficio. ¿Cómo? Reduciendo los costes de producción a lo bestia.

Así que PSA, la nueva dueña de Opel, ha propuesto a los trabajadores de la planta zaragozana un convenio con la marcha atrás metida hasta lo más hondo de la caja. Reducción salarial, incremento de horas, anulación de numerosas ventajas logradas en los últimos decenios... Un palo. La plantilla y los sindicatos, como es normal, se han rebotado del todo. Y, a su vez, la dirección, ha amenazado directamente con reducir la fábrica a la mitad, sin contemplaciones. Y Aragón entero está acojonado.

Si Figueruelas está en riesgo, la economía de la Tierra Noble pende de un hilo. De repente, todas las chorradas que suelen fomar parte de las agendas informativas oficiales se han esfumado y la posibilidad de perder o malograr veinte mil puestos de trabajo (todo el sector del automóvil) nos llena de pánico. Un baño de realidad fría como el hielo.

Pero bueno... hagámonos a la idea de que estamos en la fase expositiva y más dramática de la negociación. Cabe suponer que ambas partes harán concesiones, escenificarán éxitos, justificarán sus respectivos papeles y al final llegarán a un acuerdo. Eso, o el desastre.

Habrá un acuerdo, digo. Después del cual deberíamos resistir la tentación de volver a olvidarnos del tema y echarnos en brazos de la boba rutina. Porque cada sobresalto como el actual indica cuán frágil es Aragón en casi todo, y qué lejos nos quedan aquellos lugares donde se decide nuestro futuro. ¿Estamos?