El comité federal del PSOE tomó ayer la decisión histórica -nunca se había producido en la democracia- de facilitar con su abstención un Gobierno de la derecha, de su principal adversario, el PP. La decisión, adoptada por 139 votos contra 96, refleja la división del partido en su principal órgano dirigente entre congresos, así como entre sus federaciones regionales, pero la distancia es aún mayor si se confronta con el sentimiento mayoritario de la militancia, que fue consultada para ratificar el acuerdo con Ciudadanos, pero no lo ha sido ahora en una medida mucho más trascendente para el futuro del partido. La decisión adoptada es mucho peor que un «mal menor», como la calificó el presidente de la comisión gestora, Javier Fernández. Es peor porque todo se ha hecho mal en el PSOE desde que se repitieron las elecciones el 26 de junio. Se puede excusar lo ocurrido tras el 20-D y el intento de Pedro Sánchez de intentar formar gobierno con su pacto con Ciudadanos después de la insólita espantada de Rajoy. Pero tras el 26-J el empecinamiento de Sánchez se tornó en huida hacia adelante para salvar la secretaría general porque el Gobierno transversal era imposible por el veto mutuo de Ciudadanos y Podemos, mientras que el Gobierno alternativo intentado a la desesperada era una quimera. Sánchez no midió bien tampoco la falta de apoyo de sus rivales internos.

La actuación de los críticos de Sánchez no es mejor. Partidarios sin confesarlo de la abstención desde el principio, aprobaron el no es no en el comité federal y no se atrevieron a plantear su alternativa -solo Borrell lo hizo- cuando podía negociarse una abstención con contrapartidas. Después se vieron sus verdaderas intenciones, que consistían en derribar al secretario general, lo que hicieron con métodos que generaron fuerte controversia. El resultado es que al final la abstención será gratis y puede provocar más divisiones, ya que el mandato es imperativo y afecta a todos los parlamentarios socialistas. Si se lee la resolución, la única razón para la abstención es evitar elecciones tras rechazar un Gobierno con los independentistas. El deseo de lograr desde la oposición derogar controvertidas leyes del PP quizá suene a música celestial porque el PSOE será rehén de Rajoy, que podrá convocar a las urnas en cuanto se lo permita el plazo legal si ve que no puede gobernar a su gusto.