La existencia de Podemos hay que conectarla no tanto con la genialidad política de sus creadores (el equipo de la Complu) como con el fracaso de los dos grandes partidos del sistema. Y tal fracaso, a su vez, empalma con la corrupción, la ineficacia administradora, la incomunicación con la ciudadanía (a la que han pretendido, y aún pretenden, entretener con argumentarios-señuelo) y los efectos de una crisis que no ha sido tal sino un proceso acelerado de cambio de modelo económico y social. Así, la irrupción de una nueva marca encontró su ventana de oportunidad.

Pero ahora Podemos ha entrado en la política real. Esa inserción aún será mayor cuando en las próximas elecciones generales obtenga un potente grupo en el Congreso y quizás negocie con el PSOE el futuro Gobierno de España. De momento, las comunidades autónomas y los ayuntamientos son el escenario de una primera toma de contacto (de forma directa o indirecta) con el poder institucional. Y ahí ha empezado a verse que el partido, organizado sobre la marcha, está verde. En provincias (Aragón, sin ir más lejos), sus dirigentes y cuadros evidencian cierta dificultad a la hora de pasar de la retórica principista al lenguaje concreto de la gestión. Presupuestos, leyes, normas, instrucciones, proyectos... El manejo de estos conceptos requiere no solo conocimientos sino también buena capacidad de comprensión, un deseo de captar el fondo de los asuntos y la inteligencia necesaria para saber preguntar.

Nadie espera de Podemos y comunes que cambien en dos días el funcionamiento de las administraciones (cuya reforma en profundidad es imprescindible). Muchas de sus aspiraciones inmediatas son factibles con una inversión muy moderada. Pero tienen que aprender al tiempo que abandonan algunos tics. Han de ampliar su base social (porque hoy sus asuntos se deciden entre muy poca gente, que obviamente no es la gente, en el auténtico sentido de la palabra). Sobre todo han de ejercitar la humildad y la generosidad y huir como de la peste del sectarismo y el dogmatismo, eterna maldición de las izquierdas.