Ayer, mientras las fuerzas políticas aragonesas se miraban de reojo, intentaban explicarse (¡pero sí solo ha sido un magreo tonto!, gritaban los del PSOE), la comisión que estudiaba la reforma del impuesto de Sucesiones se iba al carajo (¿para qué mantenerla, si los socialistas ya se han apañado con Ciudadanos?), el PP rabiaba, Podemos se cabreaba y la desairada CHA comprobaba que cosa tan mala es ser un cero a la izquierda... mientras todo esto se superponía, digo, en un simpático y provinciano sinvivir, en la capital del Reino PP y Cs iniciaban un nuevo e histérico capitulo de su telenovela La derecha es mía, con los de Rivera arreando estopa (que parecen de Vox estos chicos) y los de Rajoy poniéndose dignos e incluso sarcásticos (estando Hernando por delante...).

Muchos nervios. Por el desmoronamiento del bipartidismo. Por la sensación de que el voto va a seguir cada vez más repartido y por ello las alianzas habrán de ser más y más complejas y transversales. Porque la derecha se ha dividido por primera vez en ocho décadas. Porque la izquierda está muy tocada y semihundida. Por la lógica aritmética y sociológica de que Cs solo puede crecer a costa del PP, como Podemos no podía ir a más sin fagocitar el voto socialista... Demasiadas causas para que no hubiese tremendos efectos.

Los prudentes dicen que queda mucho partido por delante. Las elecciones andaluzas abrirán fuego, las autonómicas y municipales tardarán un año (y ahí se supone que los viejos partidos tendrán ventaja), y para las generales quedan aún dos años, si el PNV quiere (quiere... sostener al PP, viendo que Ciudadanos viene muy recentralizador y con muy mala uva, como demostró ayer al señor Rivera para pasmo del pasmado Don Mariano). ¡Madre mía!

Esto tiene mal arreglo. Hombre, siempre se pueden hacer paripés como el que se marcaron ayer el PSOE y CHA a propósito de las polémicas herencias. Pero, anécdotas aparte, el juego se ha de poner raro y sucio. El poder se está poniendo muy caro y son muchos los que, teniéndolo, temen perderlo. Casi nada.