El expresident de la Generalitat se ha convertido en una obsesión política en Cataluña y en el conjunto de España. Su gran apuesta fue la creación de JxCat con una lista que incluía al PDECat pero en la que dominaban hombres y mujeres que le habían mostrado una fidelidad sin fisuras y que, sobre todo, estaban y están persuadidos de que el propósito independentista que alienta Carles Puigdemont es una causa por la que merece la pena someter al país y al Estado a un constante estrés. Lo está consiguiendo. Y lo está haciendo en el bloque independentista y en el Gobierno central a los que trata por todos los medios de dejar sin salida. Es él o él. Y él es también el caos, el 155, la inestabilidad, el histrionismo y el mantenimiento temporal de la crisis hasta el agotamiento.

Esta semana tenemos el ejemplo de cómo Puigdemont y su grupo de diputados electos irreductibles -para los que no hay otro plan que la investidura siquiera temporal y simbólica de su líder- están dispuestos a bloquear cualquier salida que no pase por una calenturienta reinstauración de la legitimidad que el expresident atesoraría tras su destitución al amparo de las medidas del artículo 155 de la Constitución.

Un sector importante del soberanismo -ERC y parte del PDECat- estarían por una solución pragmática tras un reconocimiento simbólico del expresident que bajo ningún concepto quiere volver a España porque no maneja la hipótesis de un encarcelamiento. Y si esos sectores intentasen desembarazarse de su presencia institucional, los irreductibles que le acompañan en la lista del 21-D frustrarían el intento y abortarían la legislatura y se tendrían que celebrar nuevas elecciones.

Para sus diputados -que no son los 34 electos de la lista de JxCat pero sí más de la mitad de ellos- no hay plan B, al menos hasta que el plan A de investirle -sea cual fuera la manera de hacerlo- se consume. Puigdemont ha tenido la habilidad, la capacidad y la determinación de secuestrar la voluntad del secesionismo al que no dejará en modo alguno evolucionar hacia planteamientos de viabilidad política y realismo social.

El Gobierno, bajo la pésima gestión estratégica de la vicepresidenta, ha caído en todas las trampas que Puigdemont le ha tendido. La última se produjo ayer en el Tribunal Constitucional que empleó horas y horas en un trámite de admisión de un recurso de inconstitucionalidad que el Gobierno no debió interponer.

El Ejecutivo, al acordar la interposición del recurso, ha adoptado una decisión mucho más política que jurídica, como ha quedado claro en el dictamen del Consejo de Estado y el de los letrados del Tribunal Constitucional. Ha forzado las pautas institucionales. La Moncloa ha perdido los nervios. Lo hizo el 1 de octubre con un manejo bochornoso de la crisis del referéndum ilegal y lo ha repetido el viernes con la misma precipitación y falta de fuste que ya ha mostrado en ocasiones precedentes. Y entre una y otra decisión, el PP ha caído en picado el 21-D.

¿Qué hacer? Mantener la serenidad, no trastabillarse con decisiones poco fundadas, aplicar sobriedad y discreción en las declaraciones sobre el transcurso de los acontecimientos, disponer de una estrategia clara de comunicación -las contradicciones de Rajoy y Sáez de Santamaría sobre el recurso de inconstitucionalidad del viernes quedarán en la hemeroteca como ejemplos de grave error de juicio- y transmitir la convicción de que esta es una batalla política y jurídica de largo aliento, que llevará muchos tiempo pero en la que se terminará imponiendo razonablemente los valores, principios y criterios democráticos frente a los populistas, falaces y distorsionados de un secesionismo minoritario y radicalizado de un líder y los irreductibles que le acompañan. Que no permiten que Cataluña y el conjunto de España dispongan de una válvula de escape para liberar tensión. Una tensión que genera inestabilidad e incertidumbre y que pasará una factura diferida pero muy cara, no sólo en términos económicos, sino, sobre todo, sociales y políticos.

Puigdemont y sus fieles pueden albergar una idea muy épica de su comportamiento. Incluso, muy ética. Pero la realidad es que el uno y los otros han llevado a Cataluña a la intervención de su autogobierno, a su desinstitucionalización y a una posible depresión económica. De modo que los que hoy ríen las gracias al expresident o jalean sus quiebros al Estado, serán los primeros que en el futuro inmediato le pidan cuentas por los destrozos, tangibles e intangibles, que está causando.

*Periodista