El envenenamiento del doble espía ruso Serguéi Skripal y su hija, el ultimátum del Gobierno de Theresa May a las autoridades rusas para que den explicaciones sobre lo sucedido, la negativa de Moscú a hacerlo y las amenazas de mutuas represalias han hecho aumentar la temperatura de las relaciones entre Moscú y Londres. El Reino Unido tiene buenos motivos para señalar a Rusia --los Skripal fueron envenenados con Novichok, un tipo de agente nervioso que solo se produce en Rusia, bajo estricto control militar-- y hoy anunciará las medidas que piensa tomar al respecto. El escándalo de espionaje --que tanto recuerda al de Alexander Litvinenko-- llega en un momento en que Moscú es acusado de desarrollar una ambiciosa ofensiva internacional: interferencia en procesos electorales a través de hackers y webs de fake news, su papel crucial en Siria, o el desarrollo de un nuevo misil hipersónico, el Kinzhal, que es capaz de burlar el escudo antimisiles estadounidense, entre otros aspectos. Todo ello, sumado a la crisis que vive Estados Unidos en manos de la desquiciante y desquiciada Administración estadounidense de Donald Trump y la crisis de la Unión Europea, hacen que el papel de Moscú en la esfera internacional recuerde a la época de la guerra fría.

El de los espías es sin duda un caso típico de aquellos años. Vladímir Putin nunca ha ocultado su objetivo de devolver a Rusia el peso internacional que tuvo en los años en que era una de las dos superpotencias. Lo que resulta en parte una novedad es la arrogancia con la que actúa, en el ámbito diplomático, el energético y el bélico (tan solo cabe recordar el caso de Crimea). La impunidad con la que Moscú va ganando terreno durante los últimos años y la falta de voluntad y de capacidad con la que Occidente ha reaccionado parecen haber envalentonado a Putin, que esta semana verá reeditado en las urnas su poder en unas elecciones en las que no se enfrenta a una oposición digna de ese nombre.

Solo en este contexto de impunidad podría entenderse que Moscú estuviera detrás del asesinato de Skripal. La otra opción (que Rusia no tenga control sobre su arsenal químico) es asimismo muy preocupante. Occidente debe encontrar la forma de que Rusia deje de ser un factor de desestabilización desde la firmeza diplomática y la defensa de sus propios valores e intereses.