Mis amigos gauchistes me felicitaron efusivamente por el último artículo publicado aquí el 12 de febrero ("Contrarreforma y apropiación de la democracia en España") porque daba mucha leña al PP. Este toro se lo brindo a ellos...

Está claro qué es la derecha; un estado de conciencia sociopolítica que pretende refrendar el orden establecido: las cosas son así. Por eso apelan a la "sensatez" (Rajoy y Cospedal mucho), al "sentido común" que consiste en no cambiar las cosas, porque el orden divino y humano las han dispuesto de esa guisa. La reflexión posmoderna ya ha dejado claro que nuestro hábitat cultural está conformado por constructos y relatos, pero los partidarios de la derecha entienden que el orden cósmico es neoliberal, conservador, desigual, definido por las sagradas leyes del Mercado... Solo creen que hay que cambiar las cosas cuando aquellas se desvían de esa "recta vía".

Esa mudanza "terapéutica" la aplican ahora en España "a la gallega callando", desmontando el Estado de Bienestar, evitando que se hurgue en la corrupción (los osados como el juez Garzón o los inspectores de Hacienda son retirados), criminalizando a los sindicatos y a los manifestantes. Todo para mayor gloria de sus patriciados e intereses. Y no se les puede replicar: las cosas son así, eso es lo sensato, lo que dicta el "buen entender".

Y la izquierda qué. ¿Qué significa la izquierda? Teóricamente debería encarnar ese impulso de cambio y de progreso que nace del convencimiento de que las cosas no son así, sino consecuencia del roce de intereses, la aplicación de modelos socioeconómicos determinados y del juego de poderes. Desde una genuina perspectiva ideológica, la izquierda debería intervenir desde el poder otorgado por los ciudadanos para transformar la res publica en beneficio de todos, no de unos pocos; por ejemplo, regulando los intereses de los poderosos en el sistema postcapitalista y garantizando los servicios públicos universales, así como la igualdad de derechos y oportunidades (lo refrenda la Constitución).

Ese impulso transformador ha sido secuestrado en buena medida por una serie de camarillas de poder en el seno del principal partido socialdemócrata, muy acostumbrado a pisar las alfombras del poder durante décadas. Fulminadas por el aparato las opciones que apuntaban al verdadero reformismo (Borrell), la era ZP fue un espejismo de cambio; ha legado algún gesto teatral, una loable ampliación de derechos ciudadanos y poco más. Tras una retórica de progresismo de diseño, los poderes fácticos (banqueros, Iglesia, grandes empresas) han campando a sus anchas en el zapaterismo mientras se alimentaban las camarillas de intereses y el reparto de cargo en el circuito cerrado orgánico de la rosa. En el último congreso de Sevilla la disyuntiva era entre un amago (¿otro espejismo?) de renovación o el refrendo del aparato. Ganó éste último para que las cosas se mantuvieran como siempre, aderezadas con el verbo agudo e instruido de Rubalcaba (algo se ha avanzado respecto a la sonriente ignorancia de Rodríguez Zapatero).

"Dime con quién andas y te diré quién eres...". Bajo una supuesta máscara de progresismo reencontrado en el desierto opositor --ahora resulta que quieren poner en cintura a la Iglesia, a Bruselas, al poder financiero--, los socialistas mantienen los vicios de siempre de un partido concebido para "pillar cacho". Si ponemos el foco en lo más local, las cosas se aprecian mejor. En Aragón, sin ir más lejos, se ha cambiado la facción oscense (apostó a yegua perdedora) por la zaragozana, integrada por una serie de políticos que tienen en su principal haber su incuestionable habilidad para generar redes clientelares, repartos de cargos e intrigas palatinas y fontanería orgánica variada. No apreciamos en los actuales cuadros discursos alternativos, ilusionantes propuestas transformadoras más allá de la retórica al uso. El congreso de finales de marzo, al tiempo, refrendará esta impresión de vacío ideológico. Lo importante es situarse adecuadamente para recibir magras canonjías, sinecuras disponibles y a esperar tiempos mejores para repartir el maná del poder.

Esta es la socialdemocracia de la realpolitik, aquella que es percibida como un bluf por una ciudadanía progresista que le ha dado la espalda masivamente. Porque los electores de izquierdas piden algo más que cataplasmas confortadoras ("las cosas son así"), demandan soluciones para mantener el Estado de Bienestar, para hacer posible una sociedad dirigida por los poderes ciudadanos no por los financieros, para mantener los derechos, para avanzar en esa senda de la modernidad ilustrada que en este país parece atrancarse siempre.

La izquierda debiera tener un hálito transformador y alternativo, incluso cuando está en el poder (poder es también "poder hacer" cosas para todos). El problema es que cuando se eterniza en las poltronas el poder deviene establishment. Eso es lo que ha ocurrido en la universidad española en general y en la de Zaragoza en particular, donde una camarilla de "pseudoprogresismo establecido" ha llevado las riendas desde los tiempos de la Transición salvo algún breve interregno. El resultado es que, salvo excepciones promovidas por honrosos profesionales, el tejido universitario es el más endogámico, falto de cualificación y de transparencia de todas las administraciones públicas. Donde debiera primar la excelencia impera el amiguismo, el chanchullo y la incompetencia. ¿Cómo es posible que todos los miembros de un tribunal que tiene potestad para hacer a un candidato funcionario sean elegidos por el propio departamento?

Los resultados están ahí, lo certifican los pobres niveles de nuestra universidad en los escalafones mundiales. Eso sí, tenemos gente maja y muy de aquí. Ese sistema de "vasallaje e investidura" localista lo ha permitido --por acción u omisión-- la candidatura en el poder que ahora se presenta a las elecciones de nuestra universidad, curiosamente con la vitola de "progresismo". Otro ejemplo de genuina izquierda. Y luego que los dejamos en la estacada...

Filósofohttp://ruinasdelnaufragio.blogspot.com/

@jaimeminana