La entrada en funciones de Donald Trump como presidente de Estados Unidos no es un relevo más en la dirección de la mayor potencia del mundo. A lo largo de su historia EEUU ha tenido buenos, regulares y malos inquilinos en la Casa Blanca, pero siempre individuos que se movían dentro de coordenadas previsibles y de códigos conocidos. En este caso, me temo, que estamos ante un sujeto político no identificable, cuya conducta no está sometida a los cánones de un gobernante normal.

Las primeras medidas tomadas en su mesa del despacho Oval, con gesto musoliniano, son muy inquietantes, de dudosa legalidad. Algunos se han consolado pensando que son excesos verbales o bravatas y que la realidad del ejercicio del poder atemperara sus excesos y le hará regresar a la senda del realismo político. No soy de esa opinión. En primer lugar, porque en política las palabras, o los tuits, son hechos sobre todo si proceden del presidente de EEUU y, luego, porque las órdenes ejecutivas que ha lanzado como misiles, se corresponden con las arengas de la campaña presidencial. Proclamas que de llevarse a la práctica -y algunas ya están en marcha- pueden cambiar todos los datos económicos y geopolíticos del conjunto del planeta a peor, incluso a mucho peor.

Su posición ante el comercio internacional, denunciando los tratados en el Pacífico, el de las Américas o el non nato transatlántico, nos retrotrae en varias décadas. Apostar por el proteccionismo económico, por elevar los aranceles, es introducir bombas de relojería en el engranaje de la mundialización, incitar a guerras comerciales -pues todos se van a defender con las mismas armas- y ya sabemos por experiencia histórica dónde pueden acabar esas querellas comerciales.

El negacionismo medioambiental puede suponer un auténtico suicidio a medio plazo, ante la evidencia de que si EEUU incumple los acuerdos de París, en cuanto a las emisiones de CO2 por ejemplo, otras potencias harán lo mismo y retrocederemos lustros en la lucha contra el cambio climático.

Sus declaraciones sobre el rearme atómico, sus amenazas a Irán o a China suenan al nefasto periodo de la guerra fría. Quizá en su ignorancia no comprende que no existe el rearme unilateral y que una nueva carrera armamentista solo beneficiará a la industria bélica y pondrá en peligro a los sufridos humanos. Se trata de una política aventurera que puede dejar en pañales los destrozos de la intervención de Bush en Irak.

Su expreso apoyo al brexit -y a los nuevos brexit- no augura nada bueno para las relaciones con la Unión Europea. Su estímulo a la líder británica Theresa May camina en la misma dirección. Todo ello agravado por el tratamiento que está dando a los emigrantes y refugiados. El levantamiento de un muro en la frontera con México es una agresión a toda Latinoamérica y la prohibición de entrar en EEUU a personas de países enteros, por motivos de religión, es una violación del derecho de gentes y de la propia Constitución de Estados Unidos, que ha sido corregida, por fortuna de momento, por algunos jueces federales estadounidenses.

Ante este panorama, ¿qué hacer? Ya sé que en EEUU existen contrapoderes: Congreso, Senado, los jueces, que pueden equilibrar las medidas más drásticas. Sin embargo, no olvidemos que el partido Republicano controla ambas cámaras, y el Tribunal Supremo. Opino, en consecuencia, que España y la Unión Europea no deberían adoptar en esta situación una actitud pasiva sino acordar una postura común que podría plasmarse en la próxima cumbre de marzo en Roma con ocasión del 60 aniversario del tratado que lleva el nombre de esa ciudad.

El objetivo debería ser ganar autonomía estratégica y esto solo es posible relanzando el proyecto europeo en diversas direcciones, culminando la unión económica, avanzando resueltamente hacia la unión política -incluyendo la seguridad-. Sin duda, eso pasa porque en Alemania y Francia ganen las fuerzas europeístas en las próximas elecciones y se haga una política social que convenza a la ciudadanía, hoy escéptica, de que es mucho mejor para su bienestar y la propia democracia construir una Europa unida y fuerte que retroceder a los débiles estados-nación de antaño, litigando entre ellos y dominados por grandes potencias en este mundo globalizado.

*Vicepresidente ejecutivo

de la Fundación Alternativas