Es democráticamente natural, que la preocupación afecte a nuestra Comunidad, empleando ese nombre para aludir a la integridad del cuerpo electoral, autor colectivo (por acción, los que votemos, y por omisión, los que no pudieran o no quisieran votar), de los resultados que salgan de las urnas. La experiencia del 20-D resulta tristemente inolvidable y de ahí que el electorado participe hoy de dos inquietudes: una, la de que se repitan resultados como los de 20-D y otra, casi la misma, la de que los electores tengamos o no en cuenta la incertidumbre que sembraría, una vez más, la posible falta de una solidaridad que despeje el panorama.

En días tan propensos a encuestas no siempre fiables, a exageraciones intencionadas y a imputaciones a "los otros" con medias verdades que no dejarán de ser mentiras inteligentemente emitidas, lo más razonable no consistiría nunca en menospreciar a los contrarios. Una campaña no se parece a unos juegos florales es, más bien, un tiempo hábil para dar y escuchar razones y para votar luego, verazmente.

En la prensa de uno de estos pasados domingos, nos enteramos de que un Grupo de los que emergieron en las elecciones del 20-D, había reconocido, nada menos que esto: "nos hemos dado cuenta de que las estructuras del poder son lo que son y que no se puede hacer todo lo que querríamos...".

¿Entonces? Confieso que me encanta ese insólito reconocimiento en lo que tuviese de sincero, si bien quizá sea para otros una noticia algo sospechosa o escasamente fiable pero, a mi juicio, es caballerosa. Los que por primera vez (tras el fiasco del 20-D), acuden de nuevo como candidatos a unas elecciones generales, cabe que sean culpados por los electores, de excesivamente sinceros pero nunca lo serían, a mi juicio, de engañabobos. La advertencia que hacen puede parecer ingenua mas merece la pena de ser recordada; eso sí, a todos los efectos porque desautoriza, a priori, promesas inviables. Como estamos en elecciones, a esa sinceridad es de suponer que responderán otras candidaturas imputando a esos "nuevos" intención de disculparse anticipadamente por lo que luego no harán.

Es del todo evidente que las candidaturas que competirán el 26-J, salvo las que carezcan, palmariamente, de viabilidad, destacan por algún rasgo raramente común que revelan, a mi entender, el difícil trance que sufren "ahora" los partidos; una de ellas, se refiere a la crisis de la vetusta distinción en izquierdas y derechas; otra, al desvanecimiento del ideario de cada partido guardado en el baúl de los recuerdos y, una tercera, a las personas que lideran las respectivas candidaturas.

Trataré de explicarme; aparentemente pocos quieren ser de derechas aunque opino que ni unos ni otros suelen renunciar a su aburguesamiento ni siquiera la izquierda que se va atomizando en grupos de menor cuantía y que apenas muestran sus programas para evitar equívocos; esa atomización es muy visible en las izquierdas, acaso porque ya no coinciden en el mismo tronco de ideas, una vez que el marxismo dejó de ser base común de casi todas ellas.

El desmayo de las ideologías (mero reservorio de cada partido), les hace prescindir de la porción de ideas que dificulte entendimientos antes de los comicios para atraer votos y después de emitirlos, si los resultados lo aconsejan, acercar posiciones con los más o menos próximos.

Opino que se prestó poca atención a las cuatro personas que son candidatos a la Presidencia del Gobierno; de ellas, solo Rajoy tiene una formación profesional conocida y una experiencia política extensa, ¿nos damos cuenta de que los otros tres carecen de ella?, ¿por eso atacarán tanto a Rajoy?, ¿preferirán hacer ensayos con champán? En fin, esos tres candidatos restantes ¿destacan en algo? La coalición que el PP y el PAR convinieron en Aragón me parece razonable y supongo que no será la única ni mucho menos.

Ítem más sobre el dramático asunto de la corrupción; todos los partidos la padecen o la padecerán, porque siendo defecto tan humano y pese a cualquier jactancia de este o aquel partido, ninguno de ellos se puede librar de sufrir corrupción aunque ninguno la permita conscientemente. La condición humana no garantiza que todos los militantes sean santos; los partidos sí pueden vigilar, más severamente, la conducta de los suyos aunque sin esperar milagros. En las horas de hoy, pensemos en España en general y en Aragón particularmente.