Cuando era pequeña pensaba que a partir de cierta edad se poseían todas las respuestas. Me recuerdo a mí misma, andando por el parque Pignatelli camino de mi instituto, calculando que eso debía de suceder alrededor de los dieciocho y que ese era el motivo por el que con esos años, y no con otros, se alcanzaba la mayoría de edad. Por entonces yo tenía unos catorce. Según se acercaba la fecha de cumplir los dieciocho fui posponiendo la edad de las respuestas. Primero pensé algo así como: «Claro dieciocho es muy poco, será a los veintitantos»; después que a los treinta y así, posponiendo esa frontera, he llegado hasta hoy donde no solo me faltan respuestas para muchas cosas sino que además las preguntas no paran de crecer y acechar, todo es objeto de interrogantes. Voy asumiendo que nuestra condición no es la de hallar respuestas para todo sino la de lidiar con las preguntas y las dudas, convivir con hipótesis siempre abiertas y hacer las paces con la incertidumbre que todo ello deja a su paso. Supongo que algo así, pero de forma más bella, quería decir Machado con aquello de «caminante no hay camino, se hace camino al andar»: que no hay senda que nos espere, que cada quien habrá de surcar y habitar la suya. Únicamente se puede mirar hacia delante desde atrás, es obra de lo que llamamos memoria y experiencia, y desde ahí miro, por momentos atónita, a nuestro país. Sólo unos pocos dogmas que más que corsés son principios me acompañan a estas alturas. El ruido de las moscas al que se refirió Pascal en sus Pensamientos no cesa. También eso debe de ser parte de nuestra humana condición y si lo es supongo que también habrá que aprender a entenderlo pero, sin embargo, me resisto pues a la vez creo que si alguna razón de ser tiene esa humana condición de la que formamos parte es la de la superación: la superación de las propias limitaciones, de las adversidades y decepciones, la resolución de los problemas con que nos topamos en ese camino que labramos. Desde ahí, un poco desde atrás pero siempre hacia adelante miro a mi país y me pregunto ¿qué persona estamos creando para qué democracia?, ¿qué gobernantes?, ¿qué gobernados? No es fácil parar la sensación de vergüenza. ¿Qué clase de futuro aspiramos a crear con un presente como este? Pocos principios pero sólidos ¿Es sostenible crear y creer en unos gobernantes que, por momentos, parecen defender todo y su contrario? O quizás sea más exacto decir defender todo y acometer su contrario. Miro a otros países y, sin llevarme a un fácil y reconfortante engaño, sé que los males de la índole que nosotros padecemos no son solo cosa nuestra, pero ni me sirve de consuelo ni estoy segura de que lo sufran en igual grado. Confiar en ciertas personas y siglas es, entiendo yo, un acto heroico, tal vez por ello algunos autores hablen de la pospolítica y hasta de la posdemocracia, pues no hay instituciones ni ideas sin personas que las sostengan. Ante ello solo se me ocurre acudir al refugio de la ética y el derecho armas y escudos con los que frenar daños y emprender caminos algo más honrosos.

*Universidad de Zaragoza