Como las relaciones entre las izquierdas aragonesas son un laberinto de bajas pasiones, no tengo muy claro por qué el Ayuntamiento de Zaragoza ha cedido al Gobierno de Aragón los datos de los vecinos contribuyentes. Por lo visto no ha tenido más remedio, y quizás Santisteve haya querido hacer virtud de la necesidad y aprovechar el tropezón para relajar al siempre tenso Lambán. En todo caso, a los habitantes de la Inmortal nos van a facturar (quieras que no) el llamado Impuesto por Contaminación del Agua (ICA). Ya pagamos una macrodepuradora carísima, con sus comisiones y sus mamoneos, y cada mes apoquinamos el recibo de Ecociudad. Pronto, también pecharemos con el agujero que dejó el Plan de Saneamiento ejecutado en su día por Boné a lo largo y ancho de la Tierra Noble.

Lo deprimente de situaciones como esta es comprobar la cantidad de cosas que nos quedan por pagar. Los actuales gestores de las grandes y medianas instituciones aragonesas no tienen opción a meter la pata (salvo en detalles, formalidades y asuntos menores) porque quienes les precedieron dejaron todo más pelado que el trasero de un simio.Aquí cada cual se inventó su propia versión de la política de escaparate (con el PAR encabezando el ránking de gasto por elector afín): instalaciones innecesarias, circuitos de carreras, centros deportivos, spas y toda clase de pijadas y caprichos. Por no hablar de las contratas adjudicadas en plan amistoso. El otro día, Aragón TV emitió un programa titulado No podemos mantenerlo, donde se recogía una mínima muestra de los peregrinos inventos que lastran los presupuestos de municipios y comunidad autónoma. Si no fuese por lo que es, el tema resultaria gracioso. La risión, oye.

Los ciudadanos pueden entender la necesidad de pagar impuestos. Lo que no comprenden es que ese dinero se gaste de manera tan idiota. Y, por favor, no me hablen del sueldo de los políticos. Si su gestión hubiese sido útil y honesta, deberíamos haberles pagado el doble. ¡La de pasta que nos habríamos ahorrado!