El anuncio de que ETA entregara en Francia las pocas armas que aún le quedan me pilló justamente en Euskadi, donde la noticia no causó impacto alguno. Como si las décadas de las parabellum y la goma-2 jamás hubieran existido, o fuesen simplemente un remoto acontecimiento del que nadie se acuerda, del que nadie habla. El PNV cierra acuerdos presupuestarios con el PP. El exlehendakari socialista (Patxi) compite en las primarias del PSOE jugando a ser la baza intermedia. Podemos le rasca votantes a Bildu. Casi no se ven pancartas en los balcones.

De norte a sur, España es un país de amnésicos. Muchos creen que es mejor así. Para qué vas a revolver en la historia reciente. A día de hoy, pocos parán cuentas en que Rubalcaba fue el principal artífice de la definitiva derrota del terrorismo nacionalista, o en que el PP intentó boicotear y desprestigiar su gestión como si prefiriese que ETA no desapareciera jamás. Pocos allí arriba guardan memoria de los centenares de presos que pagan largas condenas, enfermos de la cabeza y el cuerpo, conscientes de que sus crímenes y su castigo han sido absolutamente inútiles. Aludir a los que miraban para otro lado mientras corría la sangre parece impropio. Mencionar los GAL y la cal viva es de mal gusto.

Tenemos dos exvicepresidentes del gobierno (Serra y Rato) emporcados en la ruina de la cajas de ahorro, aquella banca social cuyas magníficas posibilidades fueron malogradas por una extensa pandilla de financieros, políticos, empresarios y personas influyentes. Sabemos el daño que ha hecho la corrupción, pero las interminables instrucciones de cada caso descubierto desdibujan en pocos años su razón y contenido. Para cuando los acusados se sientan en el banquillo sus figuras se han fantasmagorizado. Rajoy no administra el tiempo, sino la desmemoria.

Ahora nos enteramos de que el canal Segarra-Garrigues, que empalma el Segre con las cuencas internas de Cataluña, nunca sirvió para regar. Pero acabará siendo el instrumento para un trasvase indirecto. Ni nos acordábamos de aquello.