Apenas ha llenado titulares ni espacios en los medios audiovisuales, pero el último macroproyecto para instalar un remedo de Las Vegas en la periferia de Madrid también ha quedado en nada. Antes se esfumaron (¡plop!) el Reino de Don Quijote, Gran Scala (¡el nuestro!), Eurovegas (promovido por el magnate y mafioso norteamericano Adelson, uno de los patrocinadores de Trump), BCN World (la réplica catalana pilotada por el malabarista inmobiliario Enrique Bañuelos)... Y ahora la mismísima Cifuentes, presidenta de la Comunidad de Madrid, ha dado carpetazo a la propuesta del holding norteamericano Cordish, la cual, antes de concretarse en nada ni garantizar de verdad un euro de inversión, ya comprometía trescientos y pico millones de dinero público.

El último bluf vuelve a dar que pensar. Primero en relación con esas euforias iniciales políticas y sociales. Que son jaleadas con obsceno entusiasmo por algunos colegas míos, capaces de describir, locos de felicidad, las maravillas que llegan (miles de millones, decenas de miles de puestos de trabajo) mientras descalifican a quienes oponen algún tipo de matiz o crítica... y luego se callan como muertos cuando toda la bambolla se viene abajo sin previo aviso. En segundo lugar, lo diferente que habría sido la reacción mediática si en vez de militar en el PP la jefa que ha cerrado la puerta al complejo promovido por los señores de Cordish, hubiese estado alineada en un partido alternativo, como la alcaldesa Carmena, por ejemplo.

No creo que estos megaproyectos se desplomen por exceso de publicidad, falta de apoyo institucional (¡pero si las instituciones suelen prestarse a casi todo¡) o exceso de legislación. Más bien ocurre que semejantes iniciativas son siempre cosas de especuladores, trileros y otros ventajistas habituales. Lo que pretenden es poner en marcha negocios de expectativa de enorme volumen sin aforar un clavel. Que los primeros cientos de millones corran a cargo del erario, y si la cosa va cuajando ya estarán ellos para hacer caja sobre la marcha. ¡Y cuela!