Aquel sábado, 1 de mayo de 1886, había sido la fecha elegida por los sindicatos estadounidenses para manifestarse, en las ciudades más importantes del país, en reivindicación de la jornada laboral de 8 horas. «Ocho horas de trabajo, ocho de tiempo libre y educación y ocho de descanso». En realidad se trataba de solicitar que adquiriera status de ley la resolución que Gabriel Edmonston (1839-1918), trabajador del gremio de carpinteros, había presentado en el IV Congreso de la American Federation of Labour (el sindicato entonces mayoritario de trabajadores en los Estados Unidos), celebrado en noviembre de 1884 en la ciudad de Chicago.

La denominada Resolución de Edmonston, contemplaba que la jornada laboral de ocho horas habría de ser general para todas las organizaciones obreras, y entraría en vigor el 1 de mayo de 1886.

El motivo de la elección de aquel día como punto de partida para la reducción de horas de trabajo diarias, se habría debido (según el historiador francés Maurice Dommanget (1888-1976), autor del libro Historia del 1º de mayo) a que el 1 de mayo era la fecha en que en América del Norte daban comienzo las grandes transacciones económicas y por consiguiente, se formalizaban buena parte de los contratos de trabajo que habrían de prolongarse por espacio del siguiente año natural.

De este modo, aquella histórica huelga del 1 de mayo de 1886 fue secundada por decenas de miles de trabajadores en Norteamérica, obligando al cierre de más de doce mil fábricas. Sin embargo, el 4 de mayo tuvo lugar en Chicago (en el barrio de Haymarket) una nueva y masiva concentración de trabajadores, en protesta por las cargas policiales del día ante rior, las cuales se habían producido en las inmediaciones de la fá- brica de tractores McCormick, y a consecuencia de las cuales habían resultado muertas seis personas. Pero la que había sido una pacífica manifestación terminó en terror, cuando desde el lado de los manifestantes fue arrojada una bomba contra la policía (a resultas de cuya explosión resultaron muertos seis agentes), que su vez reaccionó disparando contra la multitud congregada, con el resultado de cuatro muertos y en torno a dos centenares de personas heridas.

Pero la tragedia de Chicago no quedó ahí. A los pocos días, ocho anarquistas fueron acusados de ser los autores del atentado contra la policía, aunque en realidad eran inocentes, y no había prueba alguna contra ellos. No obstante, cinco de los encausados fueron condenados a la horca (Spies, Fisher, Engel, Parsons y Lingg, que se suicidó en su celda para evitar morir en el patíbulo), siendo ejecutados el 11 de noviembre de 1887. Otros tres (Fielden, Schwab y Neebe) fueron condenados a varios años de prisión, hasta que en 1892, el gobernador del estado de Illinois, John P. Altged, revisó el caso y concluyó que el juicio condenatorio contra los ocho anarquistas había sido una farsa y carecido de las debidas garantías procesales. De manera que los tres detenidos fueron puestos en libertad.

De aquellos sucesos, escribió el cubano José Martí (1853-1895) una célebre crónica (Un drama terrible), publicada el 1 de enero de 1888, en el periódico argentino La Nación. Finalmente, el Congreso Internacional Obrero Socialista, reunido en Paris el 14 de julio de 1889, acordaba declarar el día 1 de mayo como Día Universal del Trabajo, en homenaje a los mártires de Chicago.