Le ha costado tres años dar el paso, pero finalmente el presidente del Gobierno ha articulado un discurso contra la corrupción que parece presidido por la sinceridad y la asunción de la gravedad del problema. La comparecencia de ayer de Mariano Rajoy en el Congreso debe marcar un antes y un después en la política española, aunque la experiencia indica que es pronto para dar por sentado que será así y que habrá que esperar que las contundentes palabras se conviertan en no menos contundentes hechos. Es probable que la inclusión judicial, conocida el lunes, de la ministra Ana Mato entre los beneficiarios de la trama Gürtel haya obligado al jefe del Ejecutivo a ser más osado de lo que preveía inicialmente. Pero hay que celebrar los compromisos que adquirió ayer desde la tribuna del Congreso: limitar las donaciones a los partidos, imponer la mayor transparencia de las mismas y la publicidad de los ingresos de los cargos públicos y de las cuentas de las fuerzas políticas, endurecer el castigo de los corruptos, ampliar los plazos de prescripción de sus delitos o establecer medidas para asegurar que quien ha robado devuelva el dinero son iniciativas con las que todos los ciudadanos pueden estar de acuerdo. Llama particularmente la atención una propuesta estrictamente política como la obligación de que los partidos renueven sus órganos de dirección cada cuatro años y garanticen fórmulas de participación democrática de sus militantes. Que Rajoy abogue por una medida así es un reconocimiento implícito de que los partidos españoles sufren una esclerosis grave y de que el enquistamiento de dirigentes es no solo un síntoma de mala salud democrática sino un riesgo para su integridad personal.

CUESTIÓN DE CREDIBILIDAD

El Gobierno se propone que todas estas medidas entren en vigor a poco de iniciado el 2015. Y está en su mano cumplirlo al disponer de mayoría absoluta, aunque lo mejor sería un pacto parlamentario lo más amplio posible, al que el PSOE ya se ha negado al considerar que el presidente no tiene credibilidad para encabezar la lucha contra la corrupción. Su prolongada parálisis en este terreno, ciertamente, obliga ahora a un esfuerzo extra a Rajoy. Que lo culmine con éxito es tan conveniente para las expectativas electorales de su partido como imprescindible para regenerar la vida política y devolver credibilidad a un sistema muy erosionado.