Con la confirmación de María Dolores de Cospedal en la secretaría general, Mariano Rajoy despejó ayer la única incógnita de un congreso del PP caracterizado por la continuidad más absoluta. Como acostumbra a decir Rajoy, y ayer volvió a repetirlo, solo se cambia lo que no funciona y se mantiene lo que va bien. Y el PP puede estar satisfecho porque, como recordó su presidente, ha ganado dos elecciones generales en un año, las segundas con más ventaja, tras un mandato durísimo que le llevó a perder tres millones de votos por los casos de corrupción y los recortes sociales con que afrontó la crisis económica, lo que causó un brutal aumento de las desigualdades. La reelección o no de Cospedal ha sido la única discrepancia seria en el cónclave, que se manifestó en la ajustada votación de una enmienda, presentada por un delegado de Cuenca, que pretendía impedir la acumulación de cargos. Cospedal es y seguirá siendo secretaria general del partido, presidenta del PP en Castilla-La Mancha y ministra de Defensa. La enmienda fue derrotada por solo 25 votos entre acusaciones de «pucherazo» en el apresurado recuento a mano alzada, lo que ha llevado a presentar la dimisión a dos miembros del comité ejecutivo del PP castellano-manchego. Si la enmienda hubiese triunfado, Rajoy no hubiera podido incluir a Cospedal en su propuesta de dirección, pero la cúpula del partido negó irregularidades y dio por zanjado el asunto. Si no fuera por esta controversia y por la causada por la gestación subrogada -los vientres de alquiler-, que se resolvió aplazando el debate, podría decirse que las únicas discrepancias en el PP se limitaban a discutir si el logo del partido era una gaviota, un albatros o un charrán. Tal era la unanimidad, que ni la mala noticia de abrir el congreso del partido con la primera condena por el caso Gürtel logró quebrarla.

La corrupción se presentó como invitada no prevista al congreso, pero lo único que mereció fue una referencia de Cospedal para reconocer que en algunos casos no se había reaccionado con agilidad, lo que había hecho mucho daño al partido. Por su parte, Rajoy aplicó la fórmula de considerar la corrupción cosa del pasado, de la «parte mala» de la historia del PP. Una mínima e insuficiente autocrítica para un partido envuelto todavía en numerosos casos de corrupción, muchos de ellos aún pendientes de juicio.