El sexo es una trampa de la naturaleza para no extinguirse, dijo Nietzsche. Así que Rajoy es puro sexo ¿Cómo explicar si no esa misteriosa atracción morbosa que produce su continuidad a la mayoría y seduce a su electorado? Como psicólogo llevo meses analizando el comportamiento de este hombre. Sus gestos, su fluidez verbal, su mirada... y nada. Me perturba y me fascina al mismo tiempo la habilidad de su insulsez y la insipidez de su astucia. Repaso mis apuntes de la carrera, sigo las más novedosas escuelas del pensamiento psicológico y no hay forma de encontrar una explicación de su actitud acorde con un modelo tradicional de mi disciplina. Este hombre tiene comportamientos sádicos con la prensa en sus comparecencias. Expresa un gusto masoquista en las declaraciones con las que se fustiga a sí mismo. Y cuando corre por el campo gallego todo su cuerpo anda deprisa salvo sus piernas en esa nueva modalidad de marcha Rajoy (tú anda que yo voy). Sin duda ha encontrado placer en su mismidad y disfruta con su propia personalidad que ya se ha apoderado de su persona física y también de la jurídica como registrador. Tal fijación, más propia de la adolescencia política, me lleva a definir su comportamiento disruptivo como marianonanismo. En consecuencia nuestro presidente en funciones hace todo lo posible por evitar su final y quizás por eso ha puesto fecha a la investidura. Y Don Mariano lo hace con gracejo. Veintiún días después de recibir el encargo real se permite ir al Congreso el día de San Agilo. Vamos pura socarronería aragonesa. Pero no crean que la cosa se queda ahí. Rajoy sabe perfectamente que el debate, convocado para el próximo 30 de agosto, coincidirá con las fiestas de Ejea queriendo dificultar así la asistencia de la diputada socialista Susana Sumelzo y contraprogramando al mismo tiempo en la patria de Javier Lambán.

Para Rajoy, como buen gallego, no sabemos si el debate de investidura forma parte de su operación regreso o de la salida. Porque Don Mariano tiene fecha pero no está claro que tenga cita. Tampoco sería extraño que no acudiera a la misma o que se saliera a mitad del tratamiento de votos si la anestesia del resultado no le garantiza que evitará el sufrimiento. No es que sea una persona que tenga mal perder, sencillamente no quiere perder. Rajoy es desconfiado. Y hace bien. No tiene claro si Rivera es un señuelo, un aliado, una liebre o un cebo. Y sólo hay una forma de saberlo que es cogiendo el anzuelo. No es imprescindible morderlo, porque siempre tendrá tiempo de apretar el botón del pánico en el último segundo cuando todo esté perdido. Sabe que los pescadores de la orilla acechan con su tradicional paciencia el agotamiento de una pieza tan popular.

Los que impidieron a Pedro Sánchez ser presidente por desencuentros llenos de soberbia han aprendido la lección. Y ahora verían con buenos ojos lo que ya veíamos en diciembre con buenos votos para el acuerdo. Querer es poder si se puede queriendo. Porque Rajoy quiere, pero no puede, y sobre todo no debe. Y los demás deben quererse para poder. Incluso contando con los Ciudadanos que no querrías pero a los que necesitamos para poder. El final de una etapa negra de retroceso, recortes y corrupción es posible.

Mientras esperamos a ese posible fracaso de Rajoy para recuperar la dignidad se suceden las semanas y los meses bajo la presión social y política para que el PSOE deje gobernar al PP. Se ha instalado en nuestra vida la "casi política". Porque a Rajoy, que casi tiene mayoría absoluta con el previsible apoyo naranja, se le debería dejar gobernar para que tenga un "casi gobierno" y sólo haga "casi recortes". Se habla de facilitar la gobernabilidad. Una palabra amable pero con un contenido tan serio que conviene discernir. Para ser investido presidente hay que ganar una votación pero para gobernar con estabilidad es imprescindible un acuerdo relativamente permanente. Quienes piden que se facilite al PP su acceso al gobierno o bien a continuación demandan un acuerdo de legislatura con Rajoy o le abocan a transformar la gobernabilidad en "investibilidad" y esta en inestabilidad. Así que nuestro presidente en funciones sueña con esos siete escaños que le faltan. Siete. Una cifra tan cabalística como la que le separa de sacarle de sus cabales políticos a él y a su imputado PP. Ese número se convierte en una pesadilla que rememora el cuento de "Mariano y los siete votitos". ¡Qué lejos y qué cerca pueden estar esos escasos votos! ¿Pero en realidad son pocos? ¿Cuántos son pocos y muchos? ¿Es un problema numérico el de Rajoy o político? La distancia entre los votantes del PSOE y la mayoría absoluta del PP es abismal así que no es comprensible facilitar desde la bancada socialista que los escaños azules sigan ocupados por los mismos que tanto han quitado a la mayoría social de este país y, especialmente, a muchos de los que han apoyado a los que ahora se les pide su apoyo para dejarles seguir haciendo lo mismo.

Y ahora viene lo más difícil. Si Rajoy quiere pero sufre en sus propias carnes un episodio de impotencia política y no puede ¿qué hacemos? Sin duda recuperar "la teoría del punto gordo" por la que ya aposté tras las pasadas elecciones. Ya saben, dos rectas paralelas se unirán en un punto siempre y cuando este sea lo suficientemente gordo. Y si las rectas de los partidos se han separado más desde marzo ahora se trata de hacer el punto más grueso. Tenemos la posibilidad y yo diría que la obligación de intentar una gobernabilidad que cuente con Pedro Sánchez de presidente con el apoyo, activo o no, de al menos Podemos y Ciudadanos. Y para este viaje, que merece la pena, seguimos necesitando las mismas alforjas.

Psicólogo