El inmenso Rajoy, Gran Señor de las Españas y Déspota Supremo del Partido Popular, sigue a lo suyo (porque ya me dirán qué novedad es esa de promover un poquito más a su pupilo Moragas y colocar de vicesecretario general a un exbaranda de la saqueada Caja España). De los posibles cambios en el Gobierno él mismo se hizo de nuevas el otro día (en sede parlamentaria, que dicen los cursis) y hasta se deshuevó una miajita del tema, con ese gracejo que le caracteriza. No obstante, el poder absoluto que detenta don Mariano es glosado y admirado por algunos cual signo de prodigiosa divinidad (pagana, pero divinidad), y sus adeptos ponen los ojos en blanco mientras afirman orgullosos que solo el presidente sabe lo que el presidente hará. Todo muy propio y adecuado para el país del "¡Vivan las caenas!".

Así está el mundo. Algunos lectores me critican (hacen bien) por mirar la realidad con gafas de cristales muy oscuros. Pero cuando los analistas aseguran que será Merkel y solo ella quien diga la última palabra sobre la Grecia sometida a un brutal y estúpido chantaje... o cuando ese TTIP (un tratado transatlántico del que apenas se habla) amenaza con convertirnos en esclavos de las grandes multinacionales, uno no puede hacer metáforas baratas sobre botellas medio llenas ni comprar un solo gramo del optimismo oficial que pretende conformarnos con la que está cayendo. Y más cuando ves cómo se estrellan contra el rompeolas de nuestras fronteras (las de España, las de toda Europa) los desdichados que huyen de las guerras impulsadas alegremente por los altísimos líderes de Occidente, y su desesperación se convierte en sucia espuma que mancha nuestras conciencias.

Esto no va bien. Rajoy imita a Zeus en el Olimpo y Merkel ha raptado a Europa. La democracia (la de verdad) está en peligro. Por eso (aunque ya saben vuesas mercedes que soy adicto a la buenas maneras, la tolerancia y la corrección en el vestir) me importa un rábano si el guapo Varoufakis va sin corbata, o si la bella portavoz del nuevo ayuntamiento madrileño se presentó en sostén ante la capilla de la Complutense. ¡Anda ya!