Empeñarse en predicar la neutralidad u objetividad de las instituciones o de los discursos es una de las estrategias que todo poder utiliza para disimularse como poder. Al menos en las sociedades capitalistas. Precisamente, uno de los grandes errores de los que se llamaron países socialistas, que nada tenían ni de socialistas ni de comunistas, era la enorme presencia del poder, que se hacía explícito en cada rincón de cada ciudad. De esa manera, cualquier malestar ciudadano tenía un blanco muy claro hacia el que dirigirse, ese poder ubicuo que todo lo regía. El capitalismo, es difícil negarlo, es un sistema de una extremada inteligencia y sutileza, que sabe camuflar a la perfección los mecanismos de dominio. De ahí su constante esfuerzo en negar la dimensión ideológica del Estado, de la justicia, de los medios de comunicación.

Ya son varios los artículos que escribo manifestando mi estupor ante determinadas sentencias judiciales. Es un estupor matizado, claro, ya que soy consciente de esa dimensión ideológica de la aplicación de la ley. Las leyes no son objetivas (decir eso, es una majadería, aunque bastante extendida), como se deduce del hecho de su diferente interpretación. Y de la batalla política existente para ver quién es el intérprete final de la misma, en la que el PP pone toda la carne en el asador, con el objetivo de tener «intérpretes» afectos en los órganos correspondientes y no comerse todos los marrones que su presunta podredumbre exigiría.

Y así, continuamos en el suma y sigue de resoluciones judiciales que generan un gesto de asombro y que, casualmente, transitan una senda que parece trazada para cuestionar, por todos los medios posibles, a los gobiernos municipales del cambio. Resoluciones que, cuando menos, nos hacen preguntarnos por la existencia, o no, de una doble vara de medir según quién sea el sujeto encausado.

En Madrid se ha rizado el rizo y dos concejales de Ahora Madrid han resultado procesados por propiciar una investigación sobre presuntas prácticas corruptas en el Open de tenis. No me negarán que resulta extraño que quien promueve una investigación sobre presuntas prácticas corruptas acabe procesado y la presunta corrupción sin investigar. Se cuestiona la actuación de unos concejales que, si nos preocupamos un poco por conocer los hechos, se han atenido estrictamente a los procedimientos que el Ayuntamiento de Madrid tiene establecidos desde la época de Ana Botella. Es decir, que un partido inmerso en la corrupción, el PP, ha denunciado a estos concejales por dar curso a un procedimiento establecido por el propio PP, y así ha evitado, de momento que se investigue un tema espinoso. Probablemente, el proceso acabe en nada y los concejales absueltos, pero los meses de tribunal mediático y político habrán surtido su efecto, para mayor goce de la derecha mediática y política. Y, además, no se habrá analizado por qué los costes del Open de Madrid se han multiplicado por diez en los últimos años.

En ese sentido, Zaragoza no se queda a la zaga. Tras las resoluciones en el tema del 010, de los conciertos educativos y tantas otras, ahora se le exige a un concejal, Alberto Cubero, una fianza personal en un juicio en el que él representa al ayuntamiento. Desde mi punto de vista, no cabe ninguna duda de que el ayuntamiento tiene que hacer frente a las consecuencias del accidente que se produjo en la Oktoberfest e indemnizar a la persona que sufrió importantes lesiones. Pero, ¿un concejal debe hacer frente con su patrimonio personal a una fianza resultado del ejercicio de su cargo? No entro en el fondo de la cuestión, ni en el hecho de que el fiscal no haya presentado acusación alguna contra Cubero. Pero sí que me parece raro, muy raro, que se le exija una fianza de carácter personal y no de la institución a la que representa.

No sé por qué se me acaba de venir a la cabeza el siniestro del Madrid Arena. Les recuerdo: cinco muertos en una fiesta en un recinto municipal. Ana Botella en la alcaldía. A ningún concejal se le pidió ningún tipo de fianza, ninguno fue condenado. Ya les digo, raro, muy raro. ¿O no?.

*Profesor de Filosofía. Universidad de Zaragoza