Nadie puede pretender que las turbamultas que se desplazan por las calles de las ciudades iraquíes son unidades terroristas. Pretender simplificar de esa forma el problema sería, sencillamente, hacerlo indigestible. La insurrección popular ha concitado la presencia simultánea en el ataque a las posiciones de la fuerzas invasoras de los miembros de dos grupos tribales que parecían imposibles de conciliar. Sólo el rechazo al invasor ha motivado esa acción aparentemente coordinada de los chiís y los sunís. Y nuestros soldados están en medio de una refriega que aparenta ser cada vez más difícil de controlar. Estamos en una auténtica ratonera. Ahora, claro está, oímos discursos distintos de los que justificaron el envío de estas tropas sin la autorización del Congreso de los Diputados.

Nadie se atreve a recordar las motivaciones humanitarias que se invocaron para esa movilización. Quizá porque desde la guerra de Ifni, ningún soldado español había matado a nadie en una acción militar. Y esta realidad es independiente de que no se discuta la proporción utilizada en la defensa propia. Pero ya no podemos decir que nunca un soldado español derramó sangre iraquí.

*Periodista