El Real Zaragoza ha vivido un cuento constante y puntuales pesadillas. Por su paleta de colores ha transitado una gama considerable de luminosas mezclas de ilusión, numerosos grises deportivos y negras manos, no sólo las arbitrales como recurrente arma de justificación. Pero al final, domina el rosa en un ejercicio nada florido. Porque el conjunto aragonés, por esos milagros de las primaveras espinosas, está en disposición de luchar por el ascenso a Primera División. Poco importa, o nada debería importar, que perdiera con el Nástic por un penalti que no fue y por otro enviado al tejado tras una pelea callejera entre un porteo maléfico y un cándido Lanzarote. Quien se detiene a conversar con su pasado, termina por confundirse con los fantasmas que lo habitan.

En ese partido se fugó una gran oportunidad para evitar la incertidumbre de los playoffs. Una vez expulsados los demonios en el vestuario o frente a los micrófonos, una vez finalizada la promoción de confabulaciones demoníacas, hay que situarse en un presente rabioso que trae bajo el brazo el derbi contra la Sociedad Deportiva Huesca, un encuentro con el sonido de las espadas de la necesidad de fondo. Menor para los oscenses; estruendoso para los jugadores de Lluis Carreras. Tiene esta batalla un inconfundible aroma medieval, de ejércitos que se baten a campo abierto por el escudo, por tres puntos, por...

A tres jornadas para que caiga el telón de la temporada, el Real Zaragoza sólo puede pintar tres victorias sobre el lienzo de las previsiones. Posiblemente para ser tercero. Cometería un error si insiste en permanecer encuadernado en esa historia que por méritos propios y deméritos de los demás, le ha subido a lomos del unicornio para después descabalgarlo a traición o por no saber sujetar las riendas. El destino es suyo siempre que, conocidas sus limitaciones y sus pequeñas pero suficientes virtudes, eleve al máximo su ambición y deja atrás los quejidos inútiles, los lamentos, las dudas. Las llamadas a medianoche para disfrazar los días.

Se han sucedido varias finales para llegar a una tesitura que al principio no estaba en el guión: el ascenso. La del jueves en El Alcoraz lo es con mayúsculas, más acentuada que ninguna por la falta de tiempo para reaccionar. El Real Zaragoza tendrá que ser un equipo ganador de principio a fin, en ese partido y en los dos restantes para llegar en las mejores condiciones posibles a la promoción. Un grupo convencido, una afición a su lado. El rosa sigue vigente en la paleta, pero habrá que añadir un intenso rojo sangre porque todo lo que no sea vencer implicaría un negro porvenir.