Aunque tengan la tentación, no se atormenten. No se atormenten por cómo está jugando el Real Zaragoza en el tramo decisivo de la temporada, por los fallos asombrosos de sus defensas, por los regalos con sello y remite, por el manojo de nervios que fue ante el Oviedo y por el ataque de histeria que provocó en sus aficionados ese final tormentoso. Aunque tengan la tentación, no se atormenten. No se atormenten por ese pase mordido de zurda de Pedro que rebotó en un central y no llegó a su destino, ni por el mal control de Guitián cuando el último obstáculo antes del gol era ya solamente el amigo Rubén Miño, ni por el primer disparo frustrado de Ángel que pudo ser el 1-0 pero que, vaya, volvió a no serlo. Ni por aquel pase atrás, hacia ningún sitio, de Diamanka, ni por el zurdazo sin premio de Rico ni por el cabezazo bombeado al larguero de Cabrera.

No se atormenten por la sorprendente suplencia de Javi Ros ni por el bajísimo estado de forma de Erik Morán y Dorca. Ni por el frustrante regreso de Hinestroza. Tampoco se atormenten en exceso por que Ángel viva permanentemente en fuera de juego, medio metro hacia allá, cuando debería estar medio metro hacia acá. Ni por la inquietud que transmite el equipo. Ni por las incontables imprecisiones técnicas. La Segunda División es así, un tormento. Cuantas más respuestas buscas, más preguntas encuentras. Ayer el equipo aragonés ganó, se elevó hasta la cuarta plaza y desde esa posición intentará el segundo asalto a Primera en el playoff si vence el sábado al descendido Llagostera. No hay nada que importe más que eso. Ganar. Mientras el Real Zaragoza gane, no hay ni habrá nada por lo que atormentarse. Mientras gane.