Cada mañana, justo cuando los diarios norteamericanos van a celebrar las reuniones de lanzamiento, el presidente Trump difunde un tuit que condiciona a partir de ese momento la agenda informativa. De esta forma, distrae la atención de los periodistas, controla el marco de la actualidad y tantea a la opinión pública mediante globos sonda perfectamente medidos. Es increíble, pero un ámbito tan supuestamente democrático y social como las redes internaúticas ha acabado siendo de utilidad para un neoconservador extremo, un facha redomado. El tipo impulsa así la expansión de una realidad alternativa, que es una pura y simple mentira pero seduce a millones de ciudadanos.

Los expertos (al menos los que han desfilado por el último Congreso de Periodismo Digital celebrado estos días en Huesca) creen que mucha gente, estafada, desposeida y privada de futuro por las élites, reacciona con una arrolladora sed de venganza y actúa y vota a la contra, aun a costa de perjudicar sus propios intereses. Adios a los hechos ciertos, a los datos incontrovertibles, a la lógica política. Así, se genera un espacio imaginario en el que, por ejemplo, un español de a pie cree conveniente apoyar a Rajoy o tolerar que gobierne sin presupuesto ni programa, porque así les enmienda la plana a las inútiles izquierdas, a los soberanistas catalanes, a las feministas o a los cineastas subvencionados.

Mientras, la realidad virtual nos acongoja de tal forma que incluso los periodistas intentamos protegernos de quienes apenas podrían molestarnos de palabra, mientras soportamos en silencio las sutiles presiones de aquellos otros (poderosos de verdad) que nunca amenazan en vano. Ayer, en la capital altoaragonesa, varios de nosotros, plumíferos o radiofónicos, intercambiamos sobre la marcha y en los pasillos del Palacio de Congresos experiencias personales: ceses, despidos y represalias programados desde la Moncloa aznarí. Por aquel entonces, los que hoy dirigen Podemos aún estaban en Bachillerato. ¡Ufff!, qué dura es la realidad... real.