España no ha ido tan lejos como Suecia, cuyo Gobierno ha reconocido oficialmente a Palestina como Estado, pero el Congreso de los Diputados se ha sumado a las votaciones realizadas por otros parlamentos (el británico, el irlandés y pronto la Asamblea francesa) pidiendo al correspondiente Ejecutivo dicho reconocimiento. Esta súbita urgencia aparecida en las capitales europeas obedece al convencimiento de que el tiempo se agota para la causa de la paz, de que cada vez será más difícil alcanzar. La actual espiral de violencia, que ayer sumó un trágico episodio con el ataque palestino a una sinagoga en Jerusalén, con un saldo de al menos seis muertos, parece preanunciar una tercera Intifada mientras prosigue la política de nuevos asentamientos israelís en los territorios ocupados. También la Unión Europea ha elevado el tono en sus relaciones con Israel al contemplar la retirada de ayudas a productos comerciales israelís producidos en dichos territorios. La nueva jefa de la diplomacia europea, Federica Mogherini, que ya ha visitado oficialmente la zona, está dispuesta a poner el conflicto en un lugar destacado de su agenda.

VIOLACIÓN DE RESOLUCIONES

En Israel, el Gobierno que preside Binyamin Netanyahu considera este cambio de actitud proactivo a favor de la prevista creación de dos estados como un paso unilateral que amenaza las oportunidades de paz. Pero lo que realmente amenaza la paz es la violación y el incumplimiento de las resoluciones de las Naciones Unidas, como la 242, vinculante, aprobada por unanimidad por el Consejo de Seguridad en 1967 poco después de la guerra de los Seis Días, que exige la evacuación por Israel de los territorios ocupados. Lo que amenaza la paz es la constante construcción de nuevos asentamientos israelís en territorio palestino. Lo que amenaza la paz es un Gobierno que, como el tiempo se ha encargado de demostrar pese a sus palabras altisonantes, no cree en la existencia de dos estados en el mismo territorio. Mediante la táctica de los hechos consumados, Israel está consiguiendo que este objetivo sea cada día más difícil de alcanzar. Los reconocimientos europeos tendrán escaso efecto práctico inmediato, pero son una forma de ejercer presión sobre un Gobierno que había conseguido que nadie, ni en Europa ni en Estados Unidos, le tosiera.