Hay un balance común de los primeros cien días del Gobierno de Pedro Sánchez en términos de rectificación constante, de bandazos a tutiplén y de lanzamiento de toda suerte de globos sonda.

Prácticamente, no hay materia en la que el PSOE no haya dicho una cosa y la contraria en tres meses. La opinión pública ha sido testigo directo de ese columpio oficial y no ha dejado, con toda razón, de acusar una sorpresa mayúscula y enojosa ante cada vaivén y cada enmienda.

Pero hay algo sobre lo que el PSOE y sus socios no han variado un ápice sus primeras intenciones: RTVE. En este servicio público audiovisual se concentra la mayor coherencia socialista, la ratificación de todos los planes previstos inicialmente, algo que no se ha producido con ningún otro asunto.

En RTVE han cumplido fiel y metódicamente con todas las expectativas de ocupación creadas, con todos los anuncios de férreo control del medio largamente advertidos y con todo el ímpetu en la ejecución de una revancha profesional cultivada y jaleada minuciosamente en los últimos años.

Pensaron que sería solo una serpiente de verano y que el abuso caería enseguida en el olvido, atropellado por el verano y solapado por la actualidad de otras cuestiones. Se les ha ido la mano, despreciaron ofrecer alguna justificación razonable o una coartada decente al despropósito, se empacharon de arrogancia y de grosería y la gente, en lugar de pasar página, ha archivado en la memoria un atropello semejante. Perdieron el liderazgo de los informativos, volvieron a las andadas de más, rancio sectarismo y rescataron a la carrera el viejo pretexto de los fallos y errores humanos en cada traspiés (lo que antes era una manipulación partidista, artera y pertinaz ahora se llama humana, inocente y casual equivocación), se apuntaron los tantos que no metían silbando cuando arrecian las críticas y se enrocaron en su suntuoso castillo del ordeno y mando.

Ni provisional, ni independiente, ni plural, ni objetiva. En RTVE pretenden, como sea, agotar las tarjetas de visita del nuevo organigrama para que los socios de la moción de censura alivien ese flanco informativo hasta después de las elecciones.

Cien días, cien purgas profesionales, cien maltratos, cien excusas mal dadas, cien reproches fundados, cien motivos para rectificar, cien días para olvidar.

Y es que la audiencia de televisión es un organismo muy sensible y exigente. Susceptible a los cambios arbitrarios e implacable al replicarlos y demostrar sus nuevas preferencias. Digiere fatal los comistrajos informativos y es intolerante al abuso de la manipulación. Ante la iniquidad y las tretas reacciona siempre mudando los hábitos de consumo y sustituyendo sus fuentes de alimentación por otras más provechosas. No tolera que la traten como a una necia o una invitada de piedra a la que se puede engañar administrándole a la fuerza grandes dosis de un potingue fanático.

A la audiencia de televisión le sientan mucho mejor los aires limpios y despejados, el rigor informativo y la independencia. Aires alejados del sobeteo, el control político y la contaminación. Ambientes de libertad en los que los profesionales trabajan sin interferencias, sin acoso laboral ni amenazas. Cuando la audiencia de televisión encuentra esa oferta saludable, máxime si se trata de un servicio público, la hace suya y no la abandona fácilmente; la prefiere a otros regímenes menos ajustados a su soberana autonomía, a su inteligencia y a sus necesidades democráticas.

Desayunar dos veces no hace fuerte a la audiencia, más al contrario. El empacho de fervor gubernamental le harta y le espanta. El sesgo informativo militante que se ha impuesto ahora en RTVE es un insufrible castigo para el cuerpo. Por eso huyen por miles los espectadores que no comulgan con ruedas de molino, que no participan de un menú y de una versión de la realidad cocida y recocida al único gusto oficial. No reciben la atención que merecen como propietarios del medio y no están dispuestos a soportar, sin rebelarse, un guisote semejante. Las cadenas privadas se frotan las manos ante una clientela despavorida y ávida de una colación a su altura.

Ha calado afortunadamente en los ciudadanos un sentido crítico hacia la actividad de RTVE. La matraca de una prometida regeneración no ha tenido más recorrido que hacer una purga profesional injustificable para invitarnos a tragar cada día un plato informativo incomible. Como ya se ha demostrado que RTVE es un territorio ajeno a la cotidiana e hilarante rectificación gubernamental la dieta audiovisual se impone a marchas forzadas en la cadena pública.

*Diputado del PP en el Congreso por Zaragoza