Entre elección y elección, constitución de las nuevas Cortes y digresiones sobre si Rajoy formará o no Gobierno, apareció hace apenas dos semanas el Informe Chilcott, encargado por el Parlamento británico para evaluar la participación de Gran Bretaña en la guerra de Irak. De él se deduce que el Gobierno de Tony Blair decidió ir a la guerra sin haber agotado todas las medidas de presión para desarmar a Sadam Hussein. Los servicios de inteligencia nunca concluyeron que hubiera armas químicas o biológicas. Había indicios de que la invasión sería una amenaza para los países de su entorno. Nunca se analizaron los riesgos y retos de la invasión. Había información del efecto demoledor de la guerra en el difícil equilibrio de ese país, y la decisión de invadir estaba tomada mucho antes de la cumbre de las Azores (marzo del 2003) por encima de cualquier resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, al que habían acordado obviar.

La compungida cara de Blair pidiendo perdón y autoinculpándose de lo obvio, contrasta con el silencio vanidoso y cínico de José María Aznar, que sigue sin hacer autocrítica, justificando la invasión. "En términos de influencia y de apoyo internacional, España salió ganando y no solo España". (Noviembre 2015).

Sería injusto focalizar en el expresidente la responsabilidad de aquellos hechos. Fue la cúpula del PP, su Gobierno, sus diputados y senadores, sus altos cargos, quienes jalearon la intervención, quienes vendían los beneficios de la alianza para futuras inversiones, quienes defendían el negocio de la reconstrucción, quienes se reunían con empresarios para advertirles de las inmensas posibilidades que traería el nuevo escenario internacional.

Con los años que han pasado, con la ciénaga en que se ha convertido todo lo relacionado con aquello, el ministro de Asuntos Exteriores, García Margallo, en lugar de sentir vergüenza y culpa, tuvo la poca elegancia de utilizar recientemente la visita del presidente Obama a nuestro país, para atacar a Zapatero. "Viene a restaurar las malas relaciones de EEUU con España provocadas por la retirada de tropas de Irak". ¿Cómo puede atreverse a reprochar a los socialistas la retirada de aquella guerra con lo que está cayendo? ¿Cuánto rencor y prepotencia pueden arrastrar los responsables del PP para querer tergiversar aquel desatino y descalificar la coherencia del presidente Zapatero en este tema?

Recuerdo a José María Aznar y a Mariano Rajoy tronando en el Congreso contra quienes se manifestaban en contra, dentro y fuera de la Cámara. "Los ciudadanos quieren que se eliminen las armas de destrucción masiva". "Si Sadam Hussein cae producirá unos efectos muy beneficiosos para la comunidad internacional, los ciudadanos de Irak disfrutarán de derechos humanos como usted y como yo" decía Rajoy, vicepresidente del Gobierno y ministro de la Presidencia en aquel momento (9 de abril del 2003). Recuerdo aquella entrevista de Ernesto Sáenz de Buruaga en Antena 3 a J. M. Aznar (13 de febrero del 2003). "El régimen iraquí tiene armas de destrucción masiva. Puede estar seguro, y pueden estar seguros todos los que nos ven, que les estoy diciendo la verdad. El régimen iraquí tiene armas de destrucción masiva y es una amenaza para todos".

Mentían a conciencia, lo sabíamos, lo novedoso es que ahora conocemos que acordaron una estrategia conjunta de comunicación, Blair-Aznar, para manipular la información y condicionar a la opinión pública. Sabíamos del fervor de Aznar hacia la familia Bush, pero el informe destaca que estaba más decidido que el propio Blair a apoyar a EEUU en la intervención militar.

Recuerdo el masivo rechazo de la sociedad española, las multitudinarias manifestaciones, los acalorados debates y denuncias de gentes variopintas. Recuerdo la mañana de aquel 20 de marzo del 2003, apenas unas horas después de los primeros bombardeos, la ilusión de más de 20.000 jóvenes en la plaza del Pilar gritando por la paz, con rabia contra la guerra. Recuerdo la primera declaración institucional del presidente Zapatero el 18 de abril de 2004. "Hemos decidido retirar las tropas desplegadas en Irak en el menor tiempo posible y con la mayor seguridad posible". El debate en el Congreso la semana siguiente, "no debimos ir a Irak y por ello debíamos volver cuanto antes". El rechazo a la salida, de Mariano Rajoy, "por insolidaridad con los aliados y con el pueblo iraquí".

Han pasado trece años, y quienes nos mintieron a conciencia deben explicarse, asumir sus responsabilidades, pedir perdón. Actuaciones como esta, no siendo ilegales, son impropias de una democracia. La apatía ante hechos como este es el veneno de la misma. La impunidad es una mala compañía para una buena gobernanza.