La polémica acerca del mes más apropiado para examinar a los alumnos que han suspendido algunas asignaturas al finalizar el año escolar (antiguamente se le llamaba examen de repesca) es algo que se produce de tiempo en tiempo en los niveles no obligatorios de la escolaridad. En los niveles de escolaridad obligatoria esa polémica no debería existir, ya que si se obliga a un niño a asistir a la escuela, lo lógico sería que no se le exigiera nada que estuviera por encima de sus potencialidades. O dicho de otra forma: lo sensato sería que en los niveles de la escolaridad obligatoria no existiera ningún tipo de examen de repesca ni la repetición de curso, aunque, por desgracia, la realidad es otra bien distinta.

Lo que a mí más me ha llamado la atención de la polémica surgida en nuestra región en las últimas semanas en torno a este tema no ha sido la discrepancia existente entre los diversos sectores que intervienen en la política escolar (familias, profesorado, administración, etc.), ya que eso ha ocurrido siempre, sino que también haya intervenido el Justicia de Aragón, posicionándose a favor de realizar ese examen de repesca en septiembre y no en el mes de junio.

Como decía al principio, la discusión en torno a la fecha más idónea para la realización de los tradicionales exámenes de repesca, e incluso en torno a si deben existir o no ese tipo de exámenes, es algo recurrente sin que nadie haya podido ofrecer una respuesta científica y definitiva. Por razones obvias, dejaré de lado el debate referido a si deben existir ese tipo de exámenes y me centraré única y exclusivamente en la dicotomía de las fechas, por ser la única discrepancia que ha aparecido en los medios de comunicación: ¿junio o septiembre?

En el año 1984 publiqué un libro en el que aparecían los datos existentes sobre el tema en España desde que existían estadísticas al respecto, junto con los hallados por un colega y yo en el contexto de una investigación que nos fue financiada por el Ministerio de Educación (El éxito y el fracaso escolar en la E.G.B. Editorial Laia). Diez años más tarde repetí aquella investigación con el propósito de saber en qué medida habían cambiado las cosas, o si continuaban más o menos igual. Finalmente, pocos años más tarde llevé a cabo otra investigación semejante, aunque en esta ocasión la preocupación fundamental consistió en comprobar la situación de la Enseñanza Secundaria Obligatoria, cuyos resultados fueron publicados en el año 2004 (El fracaso de la E.S.O. Ediciones Aljibe).

¿Qué conclusión se puede extraer comparando ese amplio conjunto de datos a lo largo de tantos años? Que el examen de septiembre, destinado a repescar a los alumnos que han suspendido algunas materias en junio, resulta poco efectivo. Los datos muestran de forma persistente e inequívoca que las tasas de fracaso en el examen de septiembre son ligeramente superiores a las del fracaso global que aparece al finalizar el año escolar.A pesar de esa escasa eficacia académica del examen extraordinario de septiembre, yo defiendo su existencia por las siguientes razones. En primer lugar, porque contribuye a que los estudiantes con peores resultados académicos no pierdan el hábito del estudio durante los meses de verano. En segundo lugar, porque sería injusto no permitir a esos alumnos una segunda oportunidad, especialmente a aquellos que obtuvieron en junio malas calificaciones por el simple hecho de haber tenido algún problema personal de tipo médico o psicológico que les impidió alcanzar los resultados que eran esperables en función de sus capacidades. En tercer lugar, porque los datos empíricos existentes muestran que se recupera un pequeño porcentaje nada desdeñable.

Quede claro que utilizo el término «examen de septiembre» por ser esa la terminología aparecida en los medios de comunicación, pero en realidad lo que estoy defendiendo es que el profesorado, en el mes de junio, prepare para cada estudiante que posea algún problema en el aprendizaje académico un plan individualizado de recuperación para ser realizado durante el verano, el cual debería ser evaluado en septiembre por los profesores sin necesidad de tener que hacer el clásico y típico examen, en el que el examinando se juega todo a una sola carta. Es más, entiendo que la Consejería de Educación debería de contratar un número suficiente de profesores y profesoras para que, de forma gratuita, durante todo el verano orientaran y ayudaran a ese alumnado a realizar el plan de trabajo recuperador que ha sido programado por sus respectivos tutores y tutoras.

Lo políticamente correcto sería que terminara este artículo refiriéndome a las bondades de llevar a cabo esa recuperación a través de un examen antes de las vacaciones veraniegas. No lo voy a hacer porque estoy absolutamente convencido de que cualquier persona con un mínimo de sentido común sabe que ese examen no serviría para recuperar a ningún estudiante, dado que eso resulta imposible en unos pocos días y, además, justo en el mes en que los alumnos solo piensan en descansar. Sin embargo, entiendo que los profesores reivindiquen la desaparición del examen de septiembre, ya que el tiempo dedicado a su preparación, corrección y elaboración del papeleo que conlleva va en detrimento del tiempo que necesitan para preparar el nuevo curso. Ahora bien, si ese es el auténtico problema se resolvería fácilmente realizando ese examen extraordinario en la última semana de agosto.

*Catedrático jubilado. Universidad de Zaragoza