Esta es una semana decisiva en el Reino Unido. Mañana debe activarse el artículo 50 del Tratado de Lisboa por el que Londres inicia su despegue de la Unión Europea. Hoy el Parlamento de Edimburgo vota si habrá un segundo referéndum sobre la independencia de Escocia. En esta vorágine, Theresa May se desplazó ayer al norte para limitar los daños que la decisión de iniciar el brexit puede causar y asegurar a la ministra principal, Nicola Sturgeon, que para Londres este no es el momento de plantear una segunda votación sobre el futuro de Escocia. El primer referéndum arrojó un resultado favorable a la permanencia en el Reino Unido (55% frente al 45%) y parecía que la cuestión quedaba zanjada durante unos cuantos años. El resultado de la consulta sobre el brexit, con una mayoría en Escocia del 62% (la mayor en todo el Reino Unido) a favor de seguir en la UE, ha reabierto el dosier de la independencia y se ha convertido en una gran piedra en el zapato de May. Es una nueva demostración de la improvisación y la arrogancia del Gobierno de Londres ante una cuestión de tal envergadura como es el brexit, la que definirá el futuro de un Reino que puede acabar siendo menos unido de lo que proclama su nombre. May quería prescindir del Parlamento de Westminster, donde reside la soberanía británica, para poner en marcha la separación de Europa hasta que una sentencia judicial la obligó a tenerlo en cuenta. Con Escocia ha ocurrido algo parecido. El Partido Nacionalista Escocés (SNP) había advertido de que un cambio de circunstancias como es el brexit sería motivo suficiente para plantear un voto por la independencia. Londres no ha hecho ningún intento de hablar con Edimburgo. Ahora los nacionalistas escoceses reclaman poder decidir su futuro ante el cambio de guion.

Situadas ante una incógnita como es el resultado del brexit, las dos líderes manifiestan cautela. May no descarta un referéndum en Escocia, pero una vez consumada la salida del Reino Unido de la UE. Sturgeon se ha declarado dispuesta a escuchar propuestas sabiendo que la llave de la consulta la tiene Londres. Al final podría ocurrir que la primera ministra se vea obligada a conceder lo que su antecesor, David Cameron, creyó evitar obligando a plantear un si o u no en la consulta escocesa del 2014. Es la opción de la devo-max, es decir, la máxima autonomía.