Conviene hacer memoria. Al final de la segunda guerra mundial, Europa era un inmenso campo con millones de refugiados. En 1954 entró en vigor la convención que definía el estatus de dichas personas. En 1967 se añadió un protocolo para hacerla universal y no limitada a las fronteras europeas. La convención define al refugiado como la persona que sale de su país de origen y no puede regresar por el temor fundado a ser perseguido por razones de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a un grupo social o de opinión política en particular.

La mayoría de los refugiados que se agolpan en las fronteras europeas entran en estas categorías. Son personas que huyen de guerras --en desarrollo o presuntamente acabadas-- como las de Siria, Eritrea, Sudán, Afganistán o Irak. La convención establece que los refugiados no deben ser penalizados por su entrada o estancia ilegal en un país y tampoco pueden ser discriminados por su raza, religión o país de origen. La convención y el protocolo siguen vigentes en todo el mundo pero Europa los ignora.

Eslovaquia solo acepta refugiados según la religión que profesen. Macedonia (aceptado como candidato a la Unión Europea) usa gas y granadas contra los miles de desplazados que intentan cruzar su territorio para ir a otros países. Hungría levanta un muro. Grecia e Italia están en una situación de total emergencia. Francia y Reino Unido andan a la greña buscando sellar la escasa porosidad del canal de la Mancha.

Nadie puede decir que lo que está ocurriendo sea inesperado. La UE no puede justificar su pasividad en la ignorancia. Los organismos especializados como ACNUR llevan meses avisando. Aunque tampoco hacían falta tales advertencias. Bastaba con observar el desarrollo de esos conflictos y la sobrepoblación en los campos de los países limítrofes, donde se congrega la mayoría de los refugiados, para saber que el empuje hacia el norte, hacia Europa, no se detendría.

En junio pasado, la UE tomó las primeras medidas: repartirse 40.000 refugiados que en su mayoría ya estaban en los países miembros. El desfase de la actuación de Bruselas es enorme; solo en el último mes 50.000 han llegado a las costas griegas. Nunca la UE había estado tan lejos de sus principios ni había demostrado tanta incapacidad para afrontar una auténtica emergencia humana.