La secuencia ha sido la siguiente: A Podemos, el Gobierno socialista de la comunidad no le cumplió bien los compromisos presupuestarios del 2016. Las modificaciones de crédito sobre la marcha, el cierre de caja anticipado y otros viejos trucos en los que el consejero Gimeno es maestro permiten darle la vuelta a cualquier cosa que aprueben previamente las Cortes aragonesas. Así que Echenique, mientras vigilaba los intereses orgánicos de su jefe en Podemos (Iglesias, claro) armó una complicada estrategia: negarse de entrada a negociar los presupuestos del año en curso, reclamar antes el borrador de los mismos (que Lambán no presentó hasta hace pocos días), exigir diferentes y confusas condiciones... para finalmente aceptar sentarse a la mesa con los del PSOE. Y ya estamos en febrero.

Claro que tampoco tiene presupuestos el Gobierno de España mientras sigue en marcha un retorcido proceso, probablemente porque es necesario darle tiempo a Susana Díaz, a ver si puede cuajar la gran coalición antes del verano. Y tampoco olvidemos el culebrón que hubo en el Ayuntamiento de Zaragoza. Por suerte ya ha habido final feliz, y todavía le ha dado tiempo a Santisteve de presumir por haber cerrado el ejercicio anterior con superávit y matrícula de honor.

Todo esto ha dado mucho que hablar, pero en todo caso a Rajoy, ¡oh milagro!, nadie le mete prisa. Esta afición a los laberintos solo ha de ser letal para las izquierdas, por lo menos en Aragón. Para Podemos, seguro. Porque el despiste argumental y político de Echenique es exagerado. Tal vez, ni él ni nadie de su confianza tiene capacidad técnica para entender un presupuesto como el aragonés, y saber cómo condicionarlo y para qué. O quizás se trata solo de mantener vivo ese juego que acaba desconcertando y hartando a la opinión pública. Ahí, tanto él como cualesquiera otros de sus homólogos en los demás partidos progresistas se vienen luciendo, pero de verdad. Y como a ellos no se les ha de conceder la misma bula que a don Mariano... Pues eso.